El ballenato y las señales sagradas

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Foto: Agencias.

Una mañana Glenyis recibió un mensaje inusual de un pescador wayuu. Era febrero del 2009 y en el texto le pedía su presencia inmediata en una de las playas de la Guajira. Un pez gigante había aparecido en el mar y tanto él como sus compañeros sentían temor ante lo desconocido.

Cuando llegó al lugar los presentes corrieron a decirle que creían que el animal era un espíritu. Que no sabían cómo interpretarlo. Glenyis, entonces reportera de Radio Fe y Alegría Noticias en esta región zuliana, tampoco sabía qué pensar o sentir.

Era un pez de 11 metros, azul marino y negro, que lloraba. Era un ballenato, también conocido como ballena bebé. Muchos jóvenes wayuu llegaron con cámaras kodak a capturar fotografías. Glenyis hizo lo propio. Otros se acercaban para echarle agua y ayudarlo a respirar.

“El wayuu no supo cómo interpretar ese momento, pero hubo mucho respeto por algo desconocido, que venía del mar, que lloraba y era un animal”, recuerda esta periodista wayuu de 39 años que se mudó a Maracaibo hace años huyendo de las precarias condiciones en las que se encuentra su tierra. “La gente soñó, soñó que iba a venir algo grande y con desgracia para la tierra”.

Para los wayuus, la tierra es sagrada y todos los elementos representan señales. Señales sagradas. Meses después se produjo la inundación más grande la historia de este municipio, que afectó a más del 90 % del territorio y que mató a decenas de personas.

En 2020, en tiempos de Coronavirus, los wayuus siguen viendo señales. El pasado 5 de abril un halo solar que adornó el cielo venezolano se volvió viral en redes sociales.

Mientras algunos veían un fenómeno increíble, los wayuus veían a sus ancestros danzando alrededor del círculo, para recordarles que también ellos deben danzar; deben danzar contra el Coronavirus, pues la danza representa uno de los tantos rituales para combatir las pandemias o grandes enfermedades, que para ellos son “espíritus del mal”.

El otro mal

En la Guajira nunca se establecieron los evangélicos ni los católicos, por lo cual los wayuus no creen que la COVID-19 pueda ser un castigo de Dios o que deben refugiarse en la oración, como asumen y aseguran algunos líderes o personas con estas creencias religiosas.

Ellos se refugian en las danzas, los sueños y las medicinas naturales. Y en algo deben refugiarse, pues no sólo enfrentan una pandemia mundial –a pesar de que aún no se han reportado casos en esta entidad–, sino también la crisis de servicios públicos que padecen desde hace años y la represión de las fuerzas de seguridad del Estado contra quienes protestan por agua y comida.

A los habitantes de esta región no les afecta el distanciamiento social, pues ellos, conocidos como “la gente del desierto”, siempre han tenido casas distantes. El wayuu por naturaleza es distante y de pocas palabras. Son amables y no dudan en colgarle un chinchorro a cada visita que reciben en sus casas, pero viven muy pendientes del contacto físico. Así han sido históricamente.

Sin embargo, nunca han gozado de grandes fuentes de empleo, por lo que quedarse en casa representa una amenaza para la mayoría de ellos, quienes viven del día a día vendiendo diferentes productos.

El sábado 11 de abril se registró una protesta en Guarero, un poblado de la Guajira, donde los manifestantes afirmaban que preferían morir de Coronavirus que de hambre.

Maite Montiel, una de las mujeres protestantes expresó: “preferimos que abran la frontera y nos dejen morir de COVID-19 a que nos dejen aquí en Guarero aislados, sin nada que comer”.

Las protestas subieron de tono cuando el 12 de abril una mujer en Guarero fue herida en su mejilla izquierda, luego de que la Guardia Nacional Bolivariana aplicara el uso desproporcionado de la fuerza para dispersar una protesta.

“Aquí el problema de los alimentos y del agua siempre ha sido grave, pero ahora con el decreto de estado de alarma todo empeoró”, expresó José David González, director general del Comité de Derechos Humanos de la Guajira.

“Por eso continuó la protesta, porque todavía no hay respuesta. Pero los militares reprimieron con gases lacrimógenos y dispararon perdigones. Los concejales y autoridades no dieron la cara”.

Un día después la alcaldesa, Indira Fernández, repartió bultos de comida, aunque sólo tenían pasta, arroz, azúcar y lentejas. Además, no alcanzó para toda la población.

Glenyis afirma que los wayuus siempre se adaptan a cada situación, porque no le dan cabida al desánimo. “Faltarán algunas lunas (meses), algunos soles (días) y llegará una nueva lluvia (año) donde habrá prosperidad. Esa es la promesa de nuestro creador”.