El otro récord

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Sistema regional de orquestas
Foto: Carlos Martínez

Esta nota no es precisamente periodística. Mucho más si está escrita en primera persona. Suelo reñir con algunos colegas sobre que para ellos el periodismo no es poesía. En lo particular, y por el rodaje que llevo ya de unos cuantos años en esta vocación, estoy convencido que poetizar, no fantasear, sobre la realidad también es hacer periodismo del bueno.

Pero entiendo a mis compañeros de camino profesional porque el periodismo es problematizador, es combativo contra el poder opresor, es realista, es pragmático, es servicial, es interpelador, es buscador y exponente de las verdades. Así que me atreví a escribir esta reseña intentando unir ambas facetas para dar a conocer un evento emocionante.

A un año del sueño que parecía inalcanzable, el otro récord

Su cabello bailoteaba al son de las cuerdas del cuatro que tocaba magistralmente. La niña piel canela, de 10 años, pertenece, junto a otras 150 almas infantiles, al segmento del Alma Llanera de El Sistema Regional de Apure de Coros y Orquestas juveniles e infantiles.

La jovencita se lucía en sintonía con sus compañeros de las mandolinas, las guitarras, arpas y las bandolas interpretando la inmortal La Potra Zaina del maestro Juan Vicente Torrealba. Una solista, de reconocida trayectoria y con su gracia femenina, le ponía el sello especial con su voz.

El motivo de la cita en la sala de conciertos Maestro José Antonio Abreu de San Fernando de Apure el sábado 12 de noviembre era inconmensurable: celebrar el primer año de haber alcanzado el otro Récord Guinness como la orquesta sinfónica más grande del mundo. Y los llaneros de estas latitudes pusieron sus 300 talentos musicales para la hazaña.

Orquesta Alma Llanera | Foto: Carlos Martínez

La apertura angelical

Esta crónica está desordenada. Pero es que cada uno de los momentos de este concierto celebrativo tuvo su magia encantadora. Resulta difícil ponerle lógica. El opening, o criollamente la apertura, estuvo a cargo del Coro Juvenil de El Sistema. La directora de la coral, una joven de apenas 19 años, se batió como los buenos para conducir el eco angelical de las voces de los 30 cantores entre jóvenes y adultos. Si así era el inicio lo que estaba por venir era inimaginable.

La navidad adelantada

Las más de 300 personas asistentes al evento, sin importarle el fuerte calor llanero y la todavía poca acústica que ofrecía la sala inconclusa (la empezó a acondicionar el gobierno desde hace 4 años), saltaron de sus asientos cuando una pequeñita, de solo 6 años, hizo adelantar la navidad al entonar el tradicional «Cantemos, cantemos, gloria al Salvador». Y su compañía musical no pudo ser mejor: el Alma Llanera le puso el ritmo de la música folklórica por excelencia de Venezuela: el joropo.

Las sorpresas no paraban. Los chamos, si, esos que llegaban apresurados desde los barrios La Horqueta, José Antonio Páez, Santa Ana, Chompresero, Samán Llorón, Libertador, y hasta de la «religiosa» Achaguas (a una hora de San Fernando) se pusieron sus mejores trajes de gala para pavonearse con absoluta humildad ante los presentes.

Coro juvenil | Foto: Carlos Martínez

Como si estuvieran dirigidos por un gran maestro de todos los tiempos e imaginándose que entraban en una lucida sala de conciertos de alta talla internacional llegaron los 50 integrantes de la orquesta infantil con sus vestimentas de blanco y negro.

La ejecución notable de dos piezas de la música clásica bastó para que, bajo la batuta del maestro Gerardo, inflara los corazones de tanta emoción. Así como el año pasado en Caracas, estos jóvenes no se podían creer lo que estaban haciendo: otra hazaña.

Luego, como si tratase de una sana competencia pero con el espíritu de que eran una misma alma musical, ingresaron los jóvenes y no tan jóvenes de la orquesta sinfónica juvenil. El negro prevalecía en sus atavíos. La elegancia y el pundonor brillaban por sí solos.

El ritmo de una pieza de la música sinfónica se combinó con otras notas musical que en algunas ocasiones de sus más de 6 minutos de duración se convirtió en salsa. Y vaya que la gente la supo disfrutar y hasta bailar.

Una de las virtudes que han tenido estos músicos y sus directores es que a fuerza de constancia, dedicación, disciplina y «terquedad positiva» han logrado que su público, sus familias, la gente buena y humilde se compenetren con la música clásica y sinfónica. Y en esta hermosa ocasión lo hicieron de nuevo. Los propios aplausos de los presentes a rabiar demostraban que se estaba en una sola sinfonía.

El culmen a lo venezolano

El calor aumentaba pero sobre todo por la emoción. Saberse parte de un récord mundial no era poca cosa. Especialmente para los apureños que han sido moralmente fuertemente golpeados por los irrespetos de sus gobernantes, los de antes y los de ahora. Levantar la cara luego de una semana de escándalos bochornosos por lo que ocurrió en el tribunal de menores de San Fernando no era nada sencillo.

En principio me quejé por la ausencia de las autoridades del gobierno regional. Pero a medida en que la temperatura emocional iba creciendo reflexioné y concluí que lo mejor era que no estuviesen. No todos somos dignos de contemplar tanta belleza junta.

Y allí estaban estos muchachos, superando, incluso que no había agua buena en su casa para blanquear sus camisas y ponerlas prestas para el concierto.

Y llegaría el momento final. Los más de 200 chamos que se congregaron (los del Alto Apure no pudieron llegar a la capital) se metieron apretujados en el espacio para engalanar el recordatorio con la entonación y toque de Venezuela.

El episodio es indescriptible. Aún resuenan los aplausos dentro y fuera de la sala. Y también en lo más profundo del corazón de estos espíritus aventureros que siguen apostando por ellos mismos, por sus familias, por su estado y por su país.

Claro que son jóvenes, increíblemente venezolanos, con un montonón de sueños que anhelan alcanzar. Y lo mejor es que lo están logrando en medio de este país, su país, destruido y desconsolado.

Ellos caminan entre las ruinas para levantar a los desencantados y descartados con su pasión por excelencia: la música. Y quieren seguir afinando sus corazones y almas para entregárselos a quienes se los piden.

Tal vez algunos de estas muchachas y muchachos están frágiles, rotos, sufriendo por alguna mala experiencia. Pero lo importante es que siguen creyendo en la vida y en la esperanza.

Todos siguen estudiando en sus escuelas y liceos deteriorado, sin mesa sillas, sin útiles escolares, y con los zapatos rotos. Otros se han graduado pero sin conseguir trabajo. Pero en esta remembranza, y de ahora en adelante, dejaron atrás estas dificultades. Y se engrandecieron. Llegaron a lo más alto. A la cúspide del olimpo venezolano desde un Apure marginado y sin un real (y que me perdonen los paisanos marabinos al robarles la letra de la gaita aun cuando también se hicieron esta semana de otro récord Guinness).

Para Claudia, una de las fagotistas, este es el otro récord. Para ella, y para sus compañeros también, es el más importante. Tocar, cantar y luchar, es el lema de El Sistema. Y así están los nuestros que de seguro se unieron a los otros 8.300 músicos de todo el país que hace un año dijeron a viva voz que Venezuela seguía de pie a pesar de la corrupción, el colapso, la crisis, la partida de millones de sus seres queridos, el silencio y la oscuridad.

Post data

A la contrabajista líder de la orquesta regional le ofrecimos celebrar la nueva conquista brindándole unas hamburguesas. Cuando llegamos otros tantos de sus compañeros músicos también estaban en el sitio con el mismo motivo. El chamo que nos atiende era José: uno de los principales fagotistas de El Sistema regional. Al terminar el concierto se quitó su indumentaria de músico y se puso el delantal. Me dijo: «profe este soy yo, toco el fagot y luego me vengo a trabajar porque estoy reuniendo para irme a estudiar a Caracas». Solo quedó darle un abrazo y ponernos a llorar de la alegría. Definitivamente este es el otro récord.

Foto: Carlos Martínez