La celebración de los 160 años del nacimiento del Beato José Gregorio Hernández, posiblemente el personaje más conocido y querido en Venezuela, debería motivarnos a vivir y cultivar sus valores humanos y cristianos, tan necesarios para reorientar a Venezuela por los caminos de la reconciliación, la convivencia, la prosperidad y la paz. Entre ellos, la responsabilidad, la honestidad, el esfuerzo, su dedicación al estudio y el trabajo, su desprendimiento y generosidad que le llevaban a atender a los más pobres sin cobrarles e incluso les regalaba las medicinas, su fe valiente y encarnada en el servicio a todos, su respeto a los que pensaban de un modo completamente distinto a él, la piedad, el amor a la familia, a la iglesia y al país.
Si bien todo el mundo lo conoce como “el Médico de los pobres”, pocos saben que este trujillano eminente que nació en Isnotú el 26 de Octubre de 1864 y murió en Caracas, el 29 de Junio de 1919, a los 54 años, atropellado por uno de los pocos carros que entonces existían, además de ser un médico eminente, fue un celebrado profesor universitario; un políglota pues hablaba francés, inglés, alemán, italiano; un gran investigador y un científico que se esforzó por incorporar los aparatos y adelantos de la medicina que aprendió en Europa y en Estados Unidos. Fue también filósofo, un hombre apasionado por su formación permanente, pero no para acumular currículo y creerse superior a los demás, sino para poder ejercer con calidad creciente su papel como profesor y como médico. Hombre de una gran piedad, de oración continua y misa diaria, testimonió con gran valor su fe católica, en momentos en que en los ambientes intelectuales donde él se movía, la fe y las prácticas religiosas se consideraban propias de gentes incultas, pues se pensaba que la ciencia estaba acabando con los fundamentos de la religión. Tres veces intentó hacerse sacerdote pero los problemas de salud se lo impidieron, y él, siempre fiel a la voluntad divina, comprendió y aceptó que Dios quería que ejerciera su apostolado como laico y viviera su profesión de médico como un verdadero sacerdocio al servicio de los demás.
Su figura adusta y seria, con sombrero de copa y traje negro formal, que aparece en las imágenes que abundan en todos los rincones de Venezuela, puede hacernos creer que era un hombre excesivamente serio y distante. Sin embargo, sabemos que le gustaban las fiestas, tocaba el piano, era buen bailarín, se enamoró en su adolescencia, y muchas jóvenes suspiraban por él y se ilusionaban con la esperanza de que José Gregorio se fijara en alguna de ellas. Amó siempre profundamente a Venezuela, se esforzó por modernizarla y sacarla del atraso y la miseria, y hasta muy pocos saben que fue uno de los primeros en alistarse como voluntario para combatir a las fuerzas extranjeras cuando, en 1902, siendo presidente Cipriano Castro, bloquearon las costas de Venezuela.
José Gregorio es un personaje apasionante, expresión de esos valores profundos sembrados por la familia en el corazón de esa Venezuela rural, retrasada y pobre, pero de una gran vitalidad. En tiempos muy difíciles, en una Venezuela devastada por las guerras, las enfermedades y la miseria, José Gregorio fue labrando su camino exitoso y ejemplar tanto en lo profesional como en el campo espiritual a base de esfuerzo, tesón y mucho sacrificio. Su beatificación y su esperada santificación, que esperamos sea muy pronto, debe ser una gran oportunidad no solo para conocer y admirar más y mejor a José Gregorio, sino para imitarlo y hacer nuestros sus valores y virtudes.
Antonio Pérez Esclarín es educador y Doctor en filosofía. @pesclarin
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