Se venden chocolates a dólar

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Chocolates a dólar, hasta en los buhoneros

En un país con un estricto control cambiario, ¿de dónde saca la gente un dólar? Fue la pregunta que quedó en mi cabeza después de un viaje a la capital venezolana.

Subí al autobús con destino a Caracas a las 2:00 de la tarde y, casi una hora después, todavía no había salido.

Como siempre en esos casos, estudié las caras en cada asiento para sentirme más seguro, saqué mis audífonos y puse la música en mi celular, con el volumen lo suficientemente bajo como para escuchar mi entorno.

El calor era intenso dentro del bus, aun cuando la lluvia caía con fuerza afuera. Los vendedores ambulantes subían y bajaban del vehículo en un raro desfile de prosas que intentaban venderle de todo a los impacientes pasajeros.

Pero hubo uno de ellos que llamó la atención de todos. Entró con una cava de anime ofreciendo «helados de teta» en 2 mil bolívares.

Las personas miraban al infinito, como con todos los otros vendedores, hasta que el joven en la ventana del segundo sillón de la derecha sacó de su bolso un manojo de billetes y habló: «mano, ¿me cambias un dólar?»

En seguida, los rostros sudorosos y cansados fijaron sus miradas en la escena.

«¿A cuánto?» Preguntó el heladero, que no parecía tan sorprendido como todos los que presenciábamos la charla. El joven respondió casi de inmediato: «16 mil y un helado».

El heladero sacó de su bolsillo un fajo de billetes de quinientos bolívares y empezó a contar, para luego entregarle al muchacho los 16 mil bolívares y un helado de teta, trato cerrado. Cada uno volvió a lo suyo, «aquí no pasó nada».

Horas más tarde, cuando por fin alcancé a abordar un vagón del Metro de Caracas hacia mi destino final, un buhonero con un sucio bolso tricolor y un abanico de cajas de chocolates importados en las manos, se paseaba por todos los vagones ofreciendo su producto.

«Mira lleva tu chocolate barato, uno por diez mil y dos por un dólar», decía el vendedor mientras el vagón tambaleaba por las olvidadas vías ferreas del principal medio de transporte capitalino.

En mi ingenuidad, me pregunté con sorna de dónde sacaría nadie dólares en efectivo para comprar un chocolate en medio de la nada de un tren en movimiento. «Ni que fuera Nueva York, pensé».

Pero mi cara cambió a una de completo asombro cuando un muchacho con audífonos le dijo con total naturalidad «brother, dame dos». En su mano izquierda agitaba con prisa un billete de cinco dólares, mientras que con la derecha mantenía el equilibrio.

Sin titubear, el buhonero sacó del morral tricolor dos chocolates y se los entregó al muchacho. Luego metió la mano en su bolsillo, contó cuatro billetes y se los dio a su comprador, retirando al mismo tiempo el que le entregaban.

Así, como si nada, en un país con un estricto y desordenado control cambiario y en el cual es el Bolívar la moneda de curso legal, dos venezolanos habían cerrado el más informal de los negocios con dólares en efectivo.

«¡Gracias panita!» Exclamó el informal, pero ya el muchacho se había sumergido otra vez en su música.

Me alegró no haber sido el único sorprendido, pues aunque la mayoría ni siquiera volteó a mirar, una joven y una señora que iban a mi lado me miraron con la más inocente cara de sorpresa, antes de volver la mirada al piso.

Todo a dólar, hasta en los buhoneros

Al principio sorprendía y hasta indignaba. Hoy en día es normal que las piñatas, el arroz, el chocolate y hasta los helados de teta se valoren en dólares.

En las redes sociales venden billetes de 10, 20 y 100, la gente pregunta por cambio y siempre hay alguien dispuesto a dar vuelto.

«El bolívar ya no existe. La gente ya no confía en la moneda nacional y prefiere recurrir a otras divisas», me decía días atrás el economista José Ignacio Guarino en una entrevista telefónica que le hice para Radio Fe y Alegría Noticias.

En esa misma charla, me comentaba que había tenido serios problemas de salud y, en ese entonces, el 28 de agosto de 2019, la consulta médica le había costado 20 dólares. ¿Cuánto costará hoy? Pasé el resto de mi tarde en la capital venezolana dándole vueltas a todo aquello.

Llegando a mi casa, la noche siguiente, dos vecinos conversaban en la acera:
– ¿Ya tienes lo del alquiler?
– Sí, eran quince, ¿no?
– ¡Claro!

Sin más palabras, uno de ellos sacó dos billetes, asumo que uno de 10 dólares y otro de 5, «mañana se los das temprano, nos vemos».

Yo, por mi parte, conté con desilusión los 10 mil bolívares en billetes de quinientos que habían sobrado del viaje, dije tres veces «abra cadabra», pero nunca se convirtieron. Me acosté preguntándome de qué cajero puedo sacar yo un par de dólares en esta dolarizada Venezuela mía.