El Metro de Caracas, sin hilo musical

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Metro de Caracas abandonado

Las puertas automáticas del Metro de Caracas se cierran detrás de mi.

De inmediato, una melodía de cuatro tonos parece avisar la partida, y el sonido futurista del Metro arrancando, me llena de una indescriptible emoción.

Sólo pasaron unos segundos antes de que las puertas se abrieran nuevamente. Mi abuela me tomó de la mano y me guió fuera del vagón. Tendría unos 11 años y el hilo musical nos acompañó hasta salir al sol de la ciudad de Caracas.

Recuerdos. Han pasado unos 25 años desde aquel momento y una desagradable sensación de soledad me saca de mis recuerdos y me suelta de bruces en la realidad: sólo alcancé a ver a un policía nacional en la taquilla, en la que ya no había nadie para atender o vender boletos.

Abordé el segundo tren; el primero había pasado de largo, vacío y con las luces apagadas. Segundos después, los nervios y la claustrofobia me ganaron cuando el tren se detuvo a medio camino.

Avanzaba y frenaba…

Eran las 7:00 de la noche y parecía que nunca iba a llegar a mi destino, que me esperaba 11 estaciones más adelante. Empecé a sentirme nervioso.

  • ¿Siempre es así, ahora? – pregunté, asegurándome con el «ahora» de no parecer un turista.
  • Sí, un retraso. – respondió el muchacho que iba a mi lado, riendo.

El sudor empezó a acumularse en mi frente. Sentía mucho calor. Sólo durante el tercer frenazo del Metro me di cuenta de lo que pasaba: no hay aire acondicionado. ¡Qué loco!.

Al llegar a Plaza Venezuela no había tanta soledad y montones de personas caminaban en estampida en todas las direcciones. Esperé y subí al aparato que me llevaría hasta La California: otro vagón sin aire acondicionado y esta vez con más gente.

Pero al menos este tenía una atracción para distraer a sus usuarios: chorros y chorros de agua caían por la ventanilla de aire acondicionado, inundando el piso de los vagones. Las personas se apartaban con naturalidad para no mojarse; la cascada parecía ser parte del servicio.

Este era uno de esos trenes sin división entre los vagones: uno de los más nuevos.

En la distancia, empecé a escuchar a un vendedor ambulante que ofrecía dos chocolates por un dólar. Ni que fuera Nueva York, pensé, preguntándome quién podría pagar en dólares en medio de la nada de un vagón de metro… Quedé asombrado cuando un muchacho pidió dos chocolates, pagó con un billete de cinco dólares y le devolvieron tres de un dólar.

Metro de Caracas en «modo pánico»

Usuarios se aglomeran para intentar salir de una estación del Metro de Caracas | Fuente: El Nacional

Al día siguiente me tocó enfrentarme otra vez a la aventura Metro, esta vez en horario laboral.

Entre empujones y palabrotas la gente intentaba enlatarse dentro de uno de los vagones. De pronto la puerta se cerró… y volvió a abrirse. Codos, pies y hasta manos se asomaban dentro de los vagones, con el resto de sus cuerpos todavía afuera. «Agradecemos a los usuarios permitir el cierre normal de las puertas», se escuchó una voz por los parlantes.

«Y eso que no has visto el ferrocarril de los Valles del Tuy: ahí se cae un viejito y le pasan por encima», dijo Susan, una joven que entabló conversación con mi papá. «Odio esta locura», suspiró de inmediato antes de cambiar el tema.

Yo y mis acompañantes también sufrimos de aquello, hasta el punto en que tuvimos que adoptar la «actitud de manada» y dejar que la estampida de personas nos llevara fuera del Metro.

«Puedes seguir hasta Plaza Venezuela o quedarte aquí con nosotros y caminar por Sábana Grande», dijo mi padre. Me bajé sin dudarlo. Necesitaba respirar un rato antes de volverme a subir a aquella locura.

«El Metro está vuelto una mierda»

Pensando que mi experiencia era rara y sin creer todavía en el relato de Susan, le pregunté a la periodista Stephany Sánchez acerca de ello. Ella usa a diario el ferrocarril de Valles del Tuy y el Metro. Además, irónicamente, trabajó en este último.

Y tristemente corroboró mi experiencia: «Los retrasos son en cualquier momento. Me preocupa ese sistema porque en cualquier momento va a colapsar».

La mirandina también me confirmó lo de la falta de personal y denunció la suciedad, la acumulación de basura y la proliferación de buhoneros.

«La buhonería es extrema. Ahí te encuentras a la gente vendiéndote cebollín, adobo, pimienta, chupetas. Lo que tú menos esperas lo consigues allí. Un día de estos van a vender condones y todo relajado».

Sánchez también expresó su frustración por la falta de control y de seguridad en las instalaciones: «yo nunca he visto a un guardia patrimonial en las estaciones y es una de las oficinas que más deberían estar activas».

Reconoció que el personal especializado está por jubilarse o ya se jubiló y que la sangre nueva no conoce el sistema como debería, e ingresa más por temas ideológicos que por experiencia. Para ella, es preferible usar el transporte superficial antes que montarse en el Metro de Caracas.

Respecto al ferrocarril, relató que un viaje que normalmente dura 15 minutos puede tardar el doble debido a los retrasos por los problemas eléctricos y la falta de mantenimiento de las vías.

Al igual que en el Metro, los vagones sucios y las estampidas son algo común.

En el recuerdo

Al final no escuché el turururú, ni el hilo musical que en mi infancia me acompañaba por las estaciones.

Al contrario: el pánico, los retrasos, empujones, insultos, sofocones e inundaciones opacaron una grata vista del Metro de Caracas que, al final, queda sólo en mi recuerdo.

Mientras subía en un autobús rumbo a mi ciudad de residencia, no podía dejar de pensar en el que una vez fue el mejor sistema de transporte público del mundo, hoy se hunde en el olvido.


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