El bajo delta, o la selva deltaica, es un entramado de 300 caños donde se han levantado palafitos y casas de bahareque. Allí vivían unas 40 mil personas, según estimaciones del Instituto Nacional de Estadística.
En la selva deltaica no hay supermercados ni mayoristas, las pocas bodegas que existen en algunas comunidades tienen que expender sus productos recibiendo solo dinero en efectivo, monedas extranjeras o rubros agrícolas y pesqueros. Pero son pocos ese tipo de negocio.
Los indígenas waraos viven una realidad más cruel en la coyuntura por la que atraviesa Venezuela. Como la experiencia de José Rojas, un hombre warao, maestro y padre de familia quien vivía en la parroquia Santos de Abelga, del municipio Antonio Díaz, y para quien cubrir tan solo la comida, resulta una odisea.
El maestro Delta destaca que en el Bajo Delta, las familias no tienen acceso a los comercios; son muy pocas las personas que llevan mercancía para venderlas en las comunidades. Además no tienen acceso regularmente a las comidas del CLAP.
José Rojas, como los otros maestros de las más de 300 escuelas que existen en las comunidades del Bajo Delta, recibe un salario que puede oscilar entre los 450 y 500 mil bolívares mensuales, pero pocas veces es canjeable en la comunidad donde vive y además, es insuficiente cuando logran llegar a la ciudad.
Los docentes waraos esperan a que se les acumulen tres quincenas para viajar y comprar comida o productos de aseo personal en la ciudad, sea en Tucupita, capital del estado Delta Amacuro, o Barrancas del Orinoco, en el estado Monagas.
Según el censo del año 2011, existen más de 300 comunidades en la selva de Delta Amacuro. 300 localidades que ahora no tienen acceso a motores fuera de borda, ni a combustible. Los salarios han quedado apenas para pagar un pasaje de retorno cuando se logra encontrar un transporte en el puerto de Volcán en Tucupita.
Llegar desde Tucupita a la comunidad más cercana en la selva amazónica se puede demorar hasta dos horas y media de viaje en una embarcación rápida con un motor de alta cilindrada, consumiendo 210 litros de gasolina y 5 envases de aceite. Pero si el recorrido es a canalete, el viaje se torna agotador: los aborígenes demoran hasta 48 horas navegando y corriendo peligro cuando las olas del río Orinoco arrecian sobre sus pequeñas embarcaciones.
José suele viajar en canoas la mayoría de las veces junto a otros maestros, quienes posteriormente tratan de conseguir combustible para retornar en una embarcación con un motor fuera de borda.
Escuelas solas
En medio de esa selva lejana, las escuelas construidas de madera, sus salones y sus pupitres, se muestran desoladas.
A José le preocupan las condiciones de sus alumnos. Los ha visto descalzos, pasando hambre y abandonando sus estudios.
La mayoría de los infantes de educación básica asisten a clases con camisas blancas y pantalones cortos, sin embargo, son aceptados por los maestros ya que ellos entienden la realidad de cada estudiante.
En las escuelas del Bajo Delta, los maestros tienen que reducir su tiempo de clases para buscar comida pescando mientras algunos trabajan la tierra para su familia. Los niños van a conveniencia: Cuando hay comida, la mayoría acude a las aulas, pero cuando no es así, prefieren quedarse en casa.
El maestro Rojas manifiesta que los niños que estudian en esa escuela de la parroquia Santos de Abelgas no suelen avanzar eficientemente en sus clases porque asisten muy pocas veces a la semana.
Llevar la comida del Programa Alimentario Escolar hasta la selva del estado Delta Amacuro, supone grandes esfuerzos. El traslado suele durar 5 horas, pero se deber contar con una embarcación y su respectivo motor, combustible y la comida aprobada para su despacho. El viaje también implica peligros por la inseguridad desatada en el río Orinoco y el riesgo de que los alimentos puedan descomponerse rápido.
Los alimentos del Programa de Alimentación Escolar no llegan con regularidad a la escuela donde trabaja José, ya que los mismos maestros deben diligenciar una embarcación para que ésta llegue. La última vez que esa escuela fue dotada de alimentos, fue en noviembre del 2019.
Ese centro educativo solo recibe 27 kilogramos de alimentos, sin ningún tipo de proteínas. Durante el años 2019, esa escuela solo recibió cuatro veces la comida del PAE.
Mantenerse trabajando en los caños es un reto cada vez más difícil que ya ha llevado a 50 maestros a burlar el aislamiento solo en una comunidad de la parroquia Santos de Abelgas, viajando en canoas de la selva deltaica hasta Tucupita o Barrancas del Orinoco.
Uno de esos fue el mismo José. Él tuvo que trasladarse en canoa hasta Tucupita en un viaje que le demoró dos días. Le acompañaron su hijo de once años y su esposa.
Él huyó de días difíciles en los que no pudo sostener su trabajo, ni a su familia.
José Rojas y el resto de los habitantes de la parroquia Santos de Abelgas esperan que las autoridades educativas supervisen el caso que atraviesan los waraos en los caños de la selva deltaica.