Conocidas las causas, a través de los testimonios de quienes fueron auxiliados la noche del suceso, se deduce que el naufragio de Pedernales pudo evitarse.
El exceso de peso y la osadía de navegar en tiempos de mar encrespado, sin información meteorológica ni reportes de condiciones, son factores de gran peso.
El único argumento válido para zarpar es que completaron el cupo y apremia hacerlo, ajenos a otras consideraciones.
Carentes de embarcación nodriza o de rescate, ni conocimiento de las autoridades, prácticamente viajan a su suerte.
La ausencia de flotadores añade otro agravante, en caso de voltearse, no tienen como sostenerse en la superficie, en una especie de sálvese quien pueda.
Por último, la necesidad de maximizar el beneficio a costa de lo que sea, añadiendo a la carga natural de personas y equipaje, un alto volumen -entre otros- de ron y queso, es el puntillazo final.
Las personas seguirán ideando cómo trasladarse: el cumulo de venezolanos sin documentación en Trinidad, garantiza a los transportistas ilegales un caudal de pasajeros.
La vigilancia en las fronteras los obliga a ir casi al desnudo, es cierto, desprovistos de luces o equipos de radio, en condiciones mínimas de seguridad.
Por más que los órganos de inteligencia, el componente militar y los guardacostas arrecien, en alguna oportunidad se les escapará la liebre, cuando eso ocurra, cabe pedirles a los denominados “tratantes” que tengan un poco de conciencia, expresada en posesión de salvavidas, comunicación a tierra, motores a tono, etc., una sola vida vale muchísimo más que aquello que puedan obtener.
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