“Conticinio” cumple 100 años entre el amor y el silencio absoluto

227
Foto: archivo

El vals “Conticinio”, compuesto por Laudelino Mejías, cumple 100 años en 2022. La pieza, considerada entre las obras cumbres de la música venezolana, se convirtió por su belleza, con el paso de los años, en patrimonio e ícono representativo del estado Trujillo, tierra natal de don Laudelino.

Con “Conticinio” muchas jóvenes venezolanas debutaban en sociedad a los 15 años bailando este vals con su padre, solos en la pista o la sala, bajo la mirada tierna y complacida de la madre y la contemplación de familiares y amigos.

“Conticinio”, además de la nostalgia que transmite a ciertas almas sensibles, a quienes les asaltan los recuerdos, es una pieza que calibra y pone a prueba la voz, la garganta y el gañote de intérpretes o de cuantos aspiran a lanzarse como cantantes.

Entre las tantas crónicas, escritos de prensa, libros en torno a “Conticinio” y su autor se encuentra una nota biográfica del ya fallecido musicólogo Israel Peña para un álbum de Aldemaro Romero y su orquesta de salón, grabado en los años 50 del siglo pasado, dedicado a la música venezolana.

Conticinio nació en la ciudad de Valera

Peña señala que el nombre de Laudelino Mejías está y estará siempre unido en el espíritu nacional a uno de los más bellos valses de toda la historia musical de Venezuela: “Conticinio”, palabra que aparece definida en el diccionario como ‘‘la hora de la noche en que todo se encuentra en silencio’’.

Laudelino Mejías escribe este vals en Valera en 1922, en una noche silenciosa, inspirado por el recuerdo de sus primeros años en las vecindades de la Quebrada de los Tres Cedros, cuyas aguas, que descienden por las gargantas de los Andes trujillanos, acariciaron sus ensueños de niño pobre.

Alumno aventajado

Una referencia biográfica con la autoría de Ramón Urdaneta, para el diccionario Polar, editado por la Fundación Polar, indica que Laudelino Mejías nació en la ciudad de Trujillo, estado Trujillo, y falleció en Caracas el 30 de noviembre de 1963.

“Músico y compositor; director de bandas y orquestas”, señala Ramón Urdaneta. “Hijo de Aparicio Lugo y de Juana Paula Mejías. Se formó en Trujillo a la sombra de los hermanos Vázquez, que tenían una banda de 13 músicos, y en la Escuela Filarmónica que abrió en dicha capital el español zaragozano presbítero Esteban Razquin, en 1908. Su progenitor, Aparicio Lugo, músico también, le había enseñado desde muy joven la composición, solfeo y el manejo del clarinete. Recibe luego clases del maestro italiano Marcos Bianchi, destacándose a poco como solista en la banda filarmónica del estado Trujillo, compuesta por 18 ejecutantes, de la que se le nombra subdirector (1911) y director (1916).

En 1921, sienta plaza en la banda de Maracaibo, donde sobresale como primer cuartino, mientras perfecciona su estilo musical bajo la dirección de Leopoldo Martucci. Se establece en Valera en 1922, para reorganizar la banda Lamas, y allí escribe el vals Conticinio, su más popular creación.

En 1924 regresó a Trujillo para dirigir la banda Sucre, que llegó a ser la segunda banda de la República, después de la de Caracas, con más de 50 ejecutantes.

Entre 1930 y 1933 dirigio e impulsó la banda Dalla Costa, de Ciudad Bolívar, elevándola de 9 a 40 ejecutantes. Volvió luego a Trujillo para continuar al frente de la banda Sucre y seguir componiendo música de diversa factura, himnos, marchas, valses y aires populares como Imposible, No me digas adiós, Heliotropo, Silencio, Corazón, En las horas, y las sinfonías Canto a mis montañas, Alma de mi pueblo, Maribel y Trujillo, que le proyectaron en el ámbito de la música latinoamericana. Compuso 300 piezas musicales”.

En la última parte de su vida se va a Caracas donde también se desempeñó como docente, e impartió clases de teoría y solfeo, armonía, y de su instrumento principal, el clarinete. Desde esta faceta, y sin saberlo, también hizo un gran aporte a la cultura venezolana al recibir como alumno de clarinete en ese entonces al que sería el futuro maestro de la guitarra clásica Alirio Díaz.

La Academia de la Música de Roma le otorgó el título de Maestro Académico Honoris Causa y fue honrado en vida con su propia estatua, que hoy engalanan la municipalidad de la capital del estado Trujillo.

Notas en el cielo

De “Conticinio”, se afirma, fue compuesto en honor a una profesora de música de apellido Múnera, de la cual Mejías solía estar enamorado,​ a la vez que está inspirado en la nostalgia que le producía su región natal de Trujillo. El título se lo sugirió un amigo por ser un nombre más corto que se refiere a la hora más silenciosa de la noche.

“Conticinio, aunque parezca irreal”, señala otro escrito, “es un término muy poco utilizado según refleja el escritor, Israel Quijada, estudioso de la obra y vida de Laudelino Mejías. “Conticinio una palabra que muy poco se oye en los labios del ciudadano común y su significado está asociado precisamente al silencio. Dicen que el conticinio es un momento de la noche, cuando la madrugada se aproxima, en que todo parece aquietarse y sumergirse en el silencio absoluto. No es una hora específica, sino un momento en que la noche se hace profunda, que todo calla. Suena a silencio, a tranquilidad. Describe un momento especial, cuando todo parece dormido, cuando todo espera, cuando uno está consigo mismo”.

El vals “Conticinio” envuelve en sí una magia llena de encantos y muchos misterios, los cuales se volvieron atractivos y lleno de ensueños, que con solo palabras no se percibe, hay que escucharle, sentirle, disfrutarle y así entender su profundo significado.

El notable intelectual trujillano Mario Briceño-Iragorry, en “Glosario a Laudelino”, señala: “Es la identificación sentimental de los trujillanos, producto de la inmovilidad de los sueños. Músico que veía notas en el cielo”. Su sentido de pertenencia con el paisaje y la herencia musical de su entono tiene visos de alegorías y devoción como en “Mi infancia y mi pueblo”.

Según otras crónicas, entre ellas una de Rigoberto Márquez, la pieza la estrenaron en 1922 en la plaza Bolívar de Valera por una banda musical bajo la conducción de Mejías.

La canción adquirió una popularidad casi instantánea a partir de esa fecha. Uno de los asistentes al evento resultó ser Eyisto Delgado. ​Tiempo después, Mejías hizo un concurso para poner letra al vals, que fue transmitido en vivo por Radio Trujillo, siendo Delgado el ganador del certamen.

El autor de la letra, Eyisto Delgado, natural del pueblo e Calderas, municipio Bolívar del estado Barinas, hijo de la señora Aura Delgado y natural de don Víctor Manuel Ángel, nació el 15 de abril del año 1900.

“Cuando niño, a Delgado lo enviaron sus padres a Trujillo para su educación, estudió en el Colegio ‘Regina Angelorum’, que funcionaba en una de las esquinas de la Plaza Bolívar de Trujillo, después comenzaron sus clases de música, se formó músico, fue alumno del maestro Don Laudelino Mejías.

Como músico, lo vieron como instrumentista de la Banda «Buenos Aires», dijo Don Mario Briceño Perozo en su «Historia del Estado Trujillo»; otros historiadores lo señalan como músico de la «Banda Sucre», que en Trujillo fundó y dirigió Don Laudelino Mejías», señaló Rigoberto Márquez, antiguo cronista de Calderas.

La penúltima vez que el autor de la letra de “Conticinio” estuvo en Calderas, su tierra natal, fue en el año 1953, en ocasión de ir a tocar un baile en esa población del piedemonte barinés.

Al menos tres cosas hacen de “Conticinio” una gran composición. Sus cuatro partes contrastantes armónicamente, a la manera de los “valses brillantes” de finales del siglo XIX, en tonalidad mayor con modulación a menor en el último tiempo. Su hermosa y sentida melodía, con un registro y alcance muy amplio, que lo hace difícil para cualquier cantante. Y por último, la hermosa letra del poeta Eyistio Delgado. Una cuarta razón, y no menos importante, lo constituye su metafórico título, “Conticinio”.

Por: Manuel Abrizo | Correo del Orinoco