Las próximas elecciones de Julio nos brindan una oportunidad  única para no sólo recuperar la democracia sino para profundizarla y hacer de ella una forma de vida. “Todo tiempo de sufrimiento es también tiempo de esperanza”, escribió José Saramago, y los venezolanos tenemos derecho a darnos las respuestas adecuadas que nos devuelvan  la convivencia, la paz y la posibilidad de vivir sin sobresaltos ni penurias. Llevamos ya demasiados años de sufrimiento innecesario, donde la política, divorciada de la ética, fue asaltada por personas ambiciosas e intolerantes. Ha llegado la hora de sacar a la política de la corrupción y deformación en que ha caído, y construir una auténtica  democracia como el medio adecuado para  garantizar el mayor bienestar a todos. El poder nos pertenece a los ciudadanos y debemos ejercerlo en las próximas elecciones para lograr un gobierno que se dedique a gobernar para todos y a resolver los gravísimos problemas que sufren las mayorías. No podemos caer en las trampas que buscan la abstención o dividir el voto opositor. Son momentos de unirnos y superar las diferencias, momentos también de grandes sacrificios y generosidad sublime para sacrificar las justas aspiraciones y apoyar  al candidato que tenga oportunidades reales de ganar y de defender el triunfo, aunque no sea el de nuestra preferencia. Los candidatos que no tienen oportunidades objetivas de triunfo, si en verdad buscan un cambio, deberían demostrar espíritu patriótico, renunciar y apoyar al candidato unitario.

Para rescatar y profundizar la democracia debemos recordar que ella es un conjunto de reglas, al servicio de unos valores fundamentales para la convivencia que son la libertad y la igualdad. Libertad para desarrollarnos como personas, para no ser manipulados ni vivir en el miedo o la inseguridad. Libertad para expresarnos sin temor y poder criticar y combatir todo lo que consideramos erróneo, antidemocrático e inmoral. Igualdad en dignidad, derechos y responsabilidades, sin discriminaciones ni exclusiones, con derecho a perseguir las propias metas y gozar de bienestar. Pero la libertad necesita de la tolerancia y la igualdad de la solidaridad. La tolerancia y la solidaridad son esas virtudes democráticas que deben guiar nuestro comportamiento social y político.

La tolerancia es un esfuerzo constante ante el conflicto que nunca desaparece de la escena política. Pero la tolerancia sólo es posible si se definen sus límites: lo intolerable. No podemos tolerar lo intolerable, lo que atenta contra la dignidad humana, los derechos fundamentales y lo establecido en la Constitución. La libertad no puede existir sin la tolerancia, pero la tolerancia no puede existir sin la intolerancia a los intolerantes. No podemos tolerar a los que siguen ocasionando tanto sufrimiento, destruyen la democracia e impiden unas elecciones justas. Por ello, y a pesar de tantos obstáculos y trampas,  debemos acudir masivamente a votar. Si la libertad necesita de la tolerancia, la igualdad necesita de la solidaridad. La solidaridad se fundamenta en la  dignidad de todas las personas y exige atribuir idéntico valor a cada uno, respetando y valorando sus diferencias, sin permitir que se conviertan en desigualdades. La solidaridad no es un sentimiento caritativo, sino deber de justicia para lograr que el origen racial o social,  el sexo, la religión o las convicciones políticas no impidan la plena igualdad en el disfrute y ejercicio de los derechos humanos y libertades fundamentales.

Antonio Pérez Esclarín es educador y Doctor en filosofía. @pesclarin

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