Recuerdo la última vez que fui a la casa de mi familia en la playa. La mayor parte de lo que hoy soy lo soñé en mis caminatas por esa orilla. Cuando entré no había luz y todo estaba oscuro, pero podía reconocer mi antigua cama, algunos de los juegos de mesa y la imagen de una costa italiana que crecí viendo colgada en la pared, enlace con las memorias de mis abuelos migrantes. En medio de la oscuridad escuchaba un zumbido y un crujido mientras caminaba. Saqué mi teléfono para alumbrar y, cuando apunté al suelo, vi pequeños puntos negros.

Estaba pisando abejas muertas. Y el zumbido que escuchaba era el sonido de decenas de ellas volando a mi alrededor. Recorrí todas las habitaciones vacías con cuidado de no alterarlas. La cama de nonna Ángela tenía una sábana con diseños de flores y varias de las abejas estaban allí, como si intentaran polinizarlas. Tomé algunas fotos y salí lo más rápido que pude. Dormí afuera en una hamaca, me fui al día siguiente y no he regresado desde entonces. Esto fue en 2019.

Solo hace poco entendí por qué estas abejas no salían de mi cabeza. Un amigo, al ver las fotos, me dijo: “También ellas se aferran a su fantasía”. Es la búsqueda que he tenido por varios años, volviendo a un país que existe solo en memorias, muchas veces ajenas y casi siempre imperfectas. Memorias que reconstruyen un futuro que ya existió y que ni yo, ni muchos de mi generación, pudimos conocer.

Más de 7 millones de venezolanos han abandonado mi país. Muchos padres, hermanos, amigos. Nosotros mismos. Vi a mi país transformarse en otro y a mis recuerdos difuminarse, como si estuviera mirando mi infancia a través de una ventana empañada.

Monedas venezolanas fuera de circulación en un cajón dentro de una casa vacía de un migrante en un barrio de clase media en Caracas. Mairín Reyes, una emprendedora, trabaja vaciando las casas dejadas por los migrantes, categorizando cada artículo y vendiendo la mayoría. Estas monedas ahora no tienen valor después de años de inflación. Caracas, Venezuela, 28 de abril de 2022.

Pero sigo volviendo. A menudo busco resguardo en esa memoria inexacta —propia y ajena—. Este es mi intento de buscar los restos de la próspera nación petrolera en la que debí crecer; de hurgar en los recuerdos de un tiempo que existió antes del colapso, pero también de afrontar el duelo por una prosperidad que nunca vi.

Los rastros de ese pasado glorioso se dejan ver en gestos cotidianos de las personas que entrevisté y en detalles casi escondidos entre paredes desgastadas.

‍Los vi en Mairín Reyes, que vacía las casas abandonadas por migrantes ya ausentes en Caracas y quien un día me pidió que abriera un cajón. Dentro había muchas monedas. Esas monedas sin valor, destellos de un país perdido, aparecen en cada casa que vacía, me dice Mairín. Ella clasifica cada objeto y los cuida como si fueran suyos: “Lo que para mí puede ser solo un plato, para ellos lleva un recuerdo”.

Auristela Salazar, de 87 años, sentada en un banco frente a su casa en la ciudad petrolera de Cabimas, estado Zulia. Dedicó su vida a ser deportista de los equipos de PDVSA. Hoy conserva muchos álbumes de fotos, recuerda los días de su padre como trabajador petrolero y vive sola en su casa. Como muchos, sufre constantes cortes de energía y problemas con los servicios básicos. Zulia, Venezuela. 24 de marzo de 2022.
Un tanque de petróleo dentro del Lago de Maracaibo, estado Zulia. Después de años de falta de inversión, recursos humanos y mantenimiento, la producción petrolera de Venezuela alcanzó un mínimo histórico en los últimos años, menos de 500.000 barriles diarios en 2020, profundizando la crisis de un país cuya economía depende casi por completo de los ingresos petroleros.
Zulia, Venezuela. 11 de febrero de 2022
Carros abandonados en una urbanización de clase media de la capital. Caracas, Venezuela. 27 de abril de 2022.
Una pared llena de recuerdos de Auristela Salazar, de 87 años, en su casa en la ciudad petrolera de Cabimas, estado Zulia.
Luis Luzardo, extrabajador petrolero, posa para un retrato dentro de su casa en Campo Alegría, un campamento petrolero en Cabimas, estado Zulia. Este campo fue construido específicamente para trabajadores petroleros y todavía es propiedad legal del Estado. Sin embargo, muchos de sus habitantes ya no trabajan con PDVSA. Durante las últimas décadas, estos barrios fueron vistos como un símbolo de la creciente clase media venezolana. Hoy experimentan falta de servicios básicos y muchas de las casas se están desmoronando debido a su cercanía al Lago de Maracaibo. Zulia, Venezuela. 14 de febrero

También los vi en los habitantes de Campo Alegría, una urbanización construida para los trabajadores petroleros en las primeras décadas del siglo XX en Cabimas, en el estado Zulia. Hoy, la mayoría son extrabajadores de Petróleos de Venezuela que viven en casas que se están desmoronando porque están muy próximas al Lago de Maracaibo, zona de extracción de crudo, lo que provoca que el terreno se hunda.

José Rivas, un extrabajador petrolero, caminaba por las desgastadas calles, exploraba las ruinas y tomaba trozos de loza de la antigua piscina y los ladrillos de casas abandonadas. Luego los usaba para construir un jardín. Como si fuese una meditación, Rivas se levanta todos los días antes del amanecer, cuida sus plantas y construye algo nuevo. “Hoy es día de agua, así que incluso puedo prender la fuente”, me dijo un día en su pequeño oasis, el Bohío Rumbero.

Empleados de Dell’Acqua, una empresa gubernamental que tomó el complejo salino de Araya en diciembre de 2021, trabajan en el procesamiento de la sal con máquinas oxidadas. Araya, Venezuela. 7 de marzo de 2022.
José Lara posa para un retrato en su barco pesquero en el Lago de Maracaibo. Me pidió que detuviera mi barco para tomarle una foto. «Que vean cómo trabajamos cubiertos de petróleo», dijo.
Zulia, Venezuela. 11 de febrero de 2022
Un hombre camina frente a llamas producidas por el gas en las calles de Cabimas, Zulia. En esta localidad, las estructuras petroleras se ubican muy cerca de los domicilios de las personas.
Zulia, Venezuela. 24 de marzo de 2022
Un camino dejado por termitas en la pared de una de las aulas de la Universidad de Oriente en el estado Bolívar. Bolívar, Venezuela. 11 de mayo de 2022.
Una guacamaya bajo una fuerte lluvia en un barrio de clase media en el este de la capital. Aunque la pobreza disminuyó el año pasado, la desigualdad aumentó, lo que convierte a Venezuela en uno de los países más desiguales de América, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida realizada por la Universidad Católica Andrés Bello. Caracas, Venezuela. 22 de agosto de 2021
Jeonaido Rodríguez, de 59 años, posa para un retrato en su casa en Campo Alegría, un barrio de trabajadores petroleros. Trabajó para la petrolera estatal PDVSA durante 21 años, hasta que fue despedido por participar en el paro nacional en 2002. Hoy utiliza la leche de sus vacas como moneda para sobrevivir: por un litro de leche acepta un kilo de harina de maíz.
Zulia, Venezuela. 18 de febrero de 2022.

Los vi en Raúl Estévez, un científico de 81 años de edad que sigue enseñando Geofísica a sus alumnos en la Universidad de Los Andes y acude al Centro de Estudios Geofísicos que fundó en la década de los 80, a pesar de que las oficinas están vacías de sus compañeros que migraron.

Es en el luto por nuestra normalidad que todos los venezolanos podemos encontrar un punto en común. Pero la memoria no es necesariamente fiel y esta recopilación de voces incluye la visión defectuosa del pasado como el único lugar seguro ante la ruina: allí podemos encontrar pistas para entender a la Venezuela de hoy. Este proyecto reconoce la grieta, pero también la vida que se abre paso en ella.

Aníbal Núñez, extrabajador del complejo Sal de Araya, posa para un retrato dentro de las destruidas instalaciones de la empresa donde trabajó durante décadas en Araya, estado Sucre. La infraestructura había sufrido falta de mantenimiento durante años y finalmente fue saqueada durante la pandemia de 2020. Sucre, Venezuela, 14 de noviembre de 2021
Una pareja practica tango dentro en Parque Central, un complejo urbano y cultural en Caracas construido en la década de 1970. Alguna vez fue considerado el conjunto urbano más importante de América Latina. La infraestructura tenía problemas de mantenimiento, filtraciones e inseguridad. Caracas, Venezuela. 17 de agosto de 2021.
Una pared agrietada dentro de la casa de Hilda Davalillo, 67 años, en Campo Alegría. Solía ​​ser profesora en la escuela del campo petrolero. Algunas de las casas se están cayendo porque el suelo se hunde, debido a su cercanía al Lago de Maracaibo. A Hilda le pidieron que se mudara por el alto riesgo de derrumbe, pero no le dieron otro lugar donde vivir. Se quedó. Los campos petroleros eran barrios construidos por las compañías petroleras. Tenían su propia escuela, hospitales y clubes, lo que los convirtió en el símbolo de una clase media venezolana en ascenso.
Zulia, Venezuela. 23 de marzo de 2022.
Murciélagos vuelan dentro de un aula vacía de la Universidad del Zulia. Zulia, Venezuela. 16 de febrero de 2022.
Autobuses abandonados de la Universidad del Zulia. Zulia, Venezuela. 16 de febrero de 2022.
La carretera hacia la ciudad de Mérida. Mérida, Venezuela, 29 de mayo de 2022.

Esta es una producción especial de Prodavinci

Créditos

Coordinación editorial: Fabiola Ferrero, Laura Helena Castillo, Ángel Alayón y Mariengracia Chirinos.

Texto: Fabiola Ferrero.

Edición: Ángel Alayón, Oscar Marcano, Laura Helena Castillo, Mariengracia Chirinos, Luisa Salomón y Ricardo Barbar.

Fotografías: Fabiola Ferrero, ganadora del XII Premio Carmignac de Fotoperiodismo.

‍Concepto gráfico, diseño y montaje: John Fuentes.

Caracas, enero de 2024

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