La democracia la está pasando muy mal estos días. De todas partes se reciben noticias de su deterioro. Cada vez pareciera mucho más común y aceptable un ejercicio autoritario del poder que deviene en un hiperliderazgo o concentración en una sola figura o líder.

La ola de democratización iniciada en los setenta, no solo se ha detenido, sino que ha dado paso a una ola autocratizadora sin parangón en la historia, lo más triste es que las nuevas formas de autoritarismo usan las herramientas de las democracias para implosionarlas.

El debate entre democracia versus autoritarismo está abierto en el mundo entero. Sin embargo, la correlación de fuerzas desafortunadamente favorece con creces a las distorsiones autoritarias. Hoy, más del 70% de la población mundial vive en regímenes autoritarios.

Lamentablemente, las narrativas actuales apoyadas con las modernas técnicas de la desinformación y construcción de posverdades han creado matrices de opinión que han aumentado el desencanto de las personas hacia la democracia y, en particular, a los contrapesos necesarios para equilibrar y procesar las diferentes fuerzas políticas.

Las democracias están en situación de debilidad fundamentalmente por las enormes dificultades para brindar respuestas adecuadas y eficaces a las crecientes demandas ciudadanas. Sus enemigos se han aprovechado de esta situación para desdibujar las necesidades de establecer poderes autónomos capaces de contrarrestar cualquier desviación promovida por individualidades.

Todo un aparataje de contrapropaganda se ha desplegado por el mundo, aprovechándose sabiamente de los nuevos recursos tecnológicos puestos al servicio de la comunicación global para sembrar narrativas opuestas a la democracia.

Este debate actual nos plantea un enorme desafío para proteger a los países que aún conservan regímenes democráticos y la tarea de poder recuperar el terreno perdido hasta ahora. Y éste tiene que ver con la cualificación de la democracia del futuro, el tipo de reglas claras y transparentes que se puedan cumplir a cabalidad en igualdad de condiciones y la necesidad de estimular con creces, más allá del acto de votación con regularidad, de la participación en los asuntos públicos por buena parte de la sociedad.

La democracia del futuro tiene que ser un concepto vivo. Algo que se mueva paulatinamente hacia estadios de perfectibilidad, con la gente enmarcada en la política de manera personal y no juzgándola desde la tercera persona. Cuyos contrapesos, más allá de los formales-constitucionales, deben estar soportados en un ejercicio pleno de ciudadanía. La vida de la democracia es la vida ciudadana. Es la participación como medio y norte del fortalecimiento diario de la convivencia democrática.

Las nociones de democracia deben ser parte esencial de los sistemas educativos formales e informales de los Estados. La cultura de la democracia se siembra en la práctica y se refuerza con la educación.

En la democracia del futuro, la agenda política y la pública deben alinearse en las mismas temáticas. Es decir, el interés público y de la voluntad general debe moldear la dinámica de los acentos que el liderazgo político debe imprimir en el día a día en la marcha de los asuntos del Estado.

Adicionalmente, los líderes deben tener amplia formación en las ciencias y técnicas del ejercicio del gobierno antes de ser electos como representantes de la voluntad popular. Nadie puede llegar al poder a improvisar. Esto hará que la democracia del futuro madure a pasos agigantados, pueda consolidarse en el tiempo y resistir cualquier embestida del autoritarismo.

El camino hacia el futuro no está libre de espinas, pero debemos aprender de las lecciones del pasado y del presente, para no cometer los mismos errores que llevaron al fracaso a muchas democracias relativamente jóvenes en el mundo.

Piero Trepiccione es politólogo y Coordinador del Centro Gumilla en el estado Lara. @polis360

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