En esta oportunidad, y de la mano del politólogo Ernesto Porras, los lectores de la revista SIC y de Radio Fe y Alegría Noticias tendrán la oportunidad de conocer al profesor Arduino Paniccia, quien se define más como un viejo marinero, que como un académico. Desde la Escuela ASCE en Venecia, fue el primero en organizar a grupos de empresarios de Italia, especialmente del nordeste, para trabajar en la reconstrucción de Ucrania en 2022. Hoy jubilado, y con once libros a cuestas en materia de estrategia y negociación, sigue siendo un faro que trabaja incansablemente por la paz.
De joven, su primera misión como Oficial de la Marina Mercante fue a bordo de un tanquero artillado americano que debía ir a Vietnam en plena guerra. Desde entonces, ha visto muchas guerras justo del lado de quienes buscan el fin del conflicto: trabajó duramente durante el asedio a Sarajevo, recorrió las escarpadas montañas en Pakistán y Afganistán en misiones de mantenimiento de la paz, y fue presidente del Grupo de Trabajo para la Reconstrucción de Libia.
Igualmente, el profesor Paniccia ha trabajado en misiones humanitarias en conjunto con la Iglesia católica en África (Mozambique, Angola, entre otros). Mientras que en su recorrido por el mundo también cuenta con varias visitas en misiones comerciales por Latinoamérica (México, Colombia y Venezuela).
—Profesor, a juzgar por los últimos movimientos de la diplomacia mundial, pareciera que por un lado viene un periodo de acuerdos en el Medio Oriente, mientras que, por otra parte, la guerra en Ucrania tiende a alargarse indefinidamente. ¿Qué tan lejos estamos de encontrar la paz?
—Vivimos en un mundo regido por un conflicto permanente entre las democracias occidentales que tratan de superar algunas señales de decadencia y un bloque emergente, pero lleno de diferencias, que se ha querido diferenciar como el “Global South” o Sur Global. En el primer grupo, el liderazgo lo tiene EE. UU., producto del orden mundial que se estableció luego de la II Guerra Mundial. En ese bloque, EE. UU. suele ser el encargado de relacionarse con la contraparte que está fuera del grupo, llámese la Unión Soviética, China o Rusia. Washington tiene un estilo transaccional de negociación, mientras que Europa, en general, suele preferir negociaciones con vistas a desarrollar el derecho internacional.
Por otra parte, en el grupo emergente, China y Rusia compiten para liderar el cambio en el orden que encabeza EE. UU.
Luego, históricamente, hay un grupo de países no-alineados. China, sin embargo, ha sabido realizar un tejido de influencias e inversiones alrededor del mundo para dominar en las negociaciones bilaterales y multilaterales.
—Profesor, ¿nos puede explicar si la frase “es mejor un mal acuerdo que un buen pleito” tiene validez?
—Depende. La historia está llena de malos acuerdos que terminan en guerras aún más intensas o largas. Pero incluso existen buenos acuerdos que pueden durar bastante más tiempo que un mal acuerdo.
En el caso de la Federación Rusa y Ucrania, Moscú no ha respetado ni los acuerdos, ni los tratados, ni al derecho internacional. Eso no quiere decir que no pueda sentarse a la mesa y llegar a un nuevo acuerdo. Desde el punto de vista de la negociación, lo que queda, en todo caso, es reforzar las opciones y alternativas que tiene Ucrania actualmente.
En ese sentido, negociar y encontrar un camino para la paz es verdaderamente difícil para Ucrania si no contase con el apoyo de EE. UU., algo que pudiera darse en 2025. No obstante, el peligro latente, sin duda, es un posible alargamiento militar del conflicto hacia el territorio de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
—¿Corremos el riesgo de una escalada hasta el tema nuclear?
—El riesgo es remoto, pero sin duda no deja de ser peligroso. Especialmente en un marco en el que no se han renovado los controles que limitan la proliferación de armas, el Tratado de reducción de armas nucleares START III, así como el intercambio de información entre la Federación Rusa y los EE. UU.
—¿Qué rol juega China en el escenario actual?
—Beijing inició en la escena internacional con una agenda militar de muy bajo perfil, a través de la Organización para la Cooperación de Shanghai. Posteriormente, la agenda se fue transformando más hacia lo económico. Hoy, tiene presencia en la dirección de los principales organismos de la ONU, si bien no por ello se nota una diferencia con las gestiones anteriores.
—¿Europa?
—Muchos europeos hoy se preguntan por qué la Unión Europea parece desaparecida, sin propuestas claras y decisivas sobre la necesidad de encontrar una solución. En Italia y Alemania hay una mayor esperanza de una resolución pacífica, mientras que en los países del norte de Europa hay una mayor intención de apoyar la guerra debido a la cercanía con Rusia. Hasta hace poco, Europa era clara de su rol y sus líderes tenían claro los riesgos. Hoy, Europa luce desaparecida, gris y en la sombra.
—¿Qué pasa por las mentes de los ciudadanos europeos?
—La esperanza de una paz justa se hace cada vez más lejana a los ojos de los europeos medios. La incredulidad con respecto a la paz en Ucrania es aún mayor.
—¿Y qué piensan en EE. UU.?
—Ahora no es muy relevante. Una vez que inicie la campaña electoral, aumentará el grado de involucramiento en el tema político.
—¿Por qué razón Europa y EE. UU. reaccionaron tarde a pesar de los llamados?
—Porque subestimaron la capacidad de movilización. Ucrania es un país con diferencias, gente joven educada en centros urbanos, campesinos, gente trabajadora. No se esperaban que el segundo ejército más importante del mundo fuera repelido por quienes eran conocidos en Europa por ser mesoneros y taxistas. Eso dice mucho del pueblo de Ucrania, que comparativamente tiene un territorio que es dos veces más grande que Italia y 66 % del tamaño de Venezuela.
—Profesor, cambiando un poco el tema, ¿qué rol juega la desinformación y cómo confrontarla en los procesos de Paz?
—La neblina de la guerra, como ha estado definida por Clausewitz, es la fortísima batalla de la propaganda entre los centros de poder, los comandos militares y la intelligence. Normalmente, quienes están al frente de las decisiones pueden distinguir un poco mejor las diferencias entre lo real y la propaganda. Pero hay componentes psicológicos y cognitivos cada vez más elaborados, con la ayuda de la inteligencia artificial, que buscan interferir en los procesos. En este punto, sin embargo, las sociedades están cada vez más alertas, más conscientes e incluso más escépticas de cuando se habla de paz. Ocurre, sin embargo, que los estados de alerta prolongados provocan estrés o desinterés. Imagina lo que ocurre cuando hablamos de policrisis o múltiples crisis, se pasa de la angustia a la indiferencia, incluso frente a verdaderas tragedias. La reconstrucción de la sensibilidad es algo de lo que se habla poco.
—¿Algún consejo para quienes tienen responsabilidades políticas o diplomáticas en África o América Latina?
—Eviten entrar en el conflicto entre las potencias. Ya suficientes problemas tienen en sus países.
—¿Cuál debe ser el objetivo en una mesa de negociación de paz en general?
—Es evidente que un proceso de paz no puede ser un simple cese de fuego o trazar una línea desmilitarizada. Los procesos duran al menos doce meses, entre treguas, ataques y contraataques, hasta que las partes suelen darse cuenta del desgaste. En ese sentido, el primer objetivo es lograr concesiones sencillas como el intercambio de prisioneros, para luego ir a una agenda más compleja. Pero los asuntos de fondo deben atenderse, porque de otra forma, el desgaste es reemplazado por armas más potentes.
—¿A qué se enfrentan los procesos de paz?
—La desigualdad social y la pobreza son los primeros enemigos de cada proceso de estabilización para la búsqueda de la paz. Naturalmente, las soluciones de los regímenes terminan fracasando. De ahí que el valor de las negociaciones solo es posible gracias a qué parte del orden mundial está integrado por las democracias occidentales. En un orden mundial de autocracias, no existirían las negociaciones.
—¿En qué etapa de la guerra estamos?
—Luego de medio millón de muertos, se pudiera esperar que ambas partes cedan algo. Pero en las guerras se sabe cuándo se empieza, pero no cuando se termina. En los Balcanes, se tuvo que esperar diez años para ir cerrando los capítulos.
—Vayamos con Latinoamérica, ¿qué destino tienen los procesos de paz?
—Hay cenizas sobre un fuego que aún arde. La pobreza, si bien no es tan preocupante como la de África, es un problema estructural que, si no es atendido, genera una mayor desigualdad social.
El populismo, en ese marco, lejos de ser solución es la consecuencia de la falta de educación política en los líderes, lo cual genera partidos políticos vacíos, sin ideologías, algo muy típico de los tiempos posmodernos.
—¿La reconstrucción?
—Debe ser la reconstrucción de todo. Desde un nuevo sistema internacional con suficientes recursos, apoyados por fondos soberanos –algo inexistente hoy–, hasta el retorno de las vidas a las personas que huyeron de su país.
—¿Cuáles son las dificultades típicas que debe sortear la reconstrucción luego de un proceso de paz?
—Hoy en día hay pocos recursos en el mundo. Vivimos en un planeta que enfrenta catástrofes naturales, desastres ambientales, pandemias y endemias, mientras que en las fronteras millones de personas se mueven de un país al otro precariamente. Paradójicamente, mientras hay pocos recursos para la paz, la guerra tiene un financiamiento prácticamente infinito. La reconstrucción es un tema de años y debe ser realizada con recursos de la cooperación, no con nuevas deudas.
—¿Qué ha ocurrido con los liderazgos del mundo durante la guerra?
—En las guerras, hay tres tipos de olas. La primera se lleva a los líderes políticos: Boris Johnson en el Reino Unido, Mario Draghi en Italia, Yair Lapid en Israel. Trágicamente Shinzo Abe en Japón y Sanusi Barkindo en Nigeria, mientras era secretario de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Todos ellos salieron prácticamente al mismo tiempo. La segunda ola se lleva a los militares: el ministro británico Ben Wallace, el ministro Oleksii Reznikov de Ucrania, el jefe de Wagner, Yevgueni Prigozhin, y se dice también que el ministro de Defensa chino, Li Shangfu, corrió con la misma suerte. La tercera ola se lleva a los diplomáticos. Esta tercera ola es muy peligrosa, pues al acabarse los espacios de acuerdo y las personas que gestionan las diferencias, el peligro de una escalada es muy grande. Ahora bien, en todos estos casos mencionados, las razones pueden ser distintas y no necesariamente ligadas a la guerra, pero sin duda, hay un peso.
—¿Cómo observa la retirada del general Mark Milley, jefe del Estado Mayor de los EE. UU.?
—Milley ha sabido leer los tiempos y los contratiempos de la guerra y de las distensiones. Es oportuno recordar que es católico practicante y que no hace mucho, tuvo una audiencia con Su Santidad, el papa Francisco.
—¿Cuál es el futuro de las propuestas de paz?
—En este momento hay varios esfuerzos y propuestas. Francia propone una arquitectura de seguridad y defensa donde se reconozca el rol de Rusia, y en el que está inserto Ucrania, como parte de Europa.
—¿Y qué ocurre con esa propuesta?
—Ha sido reformulada varias veces. El Kremlin ha dicho que es muy “napoleónica”. Francia suele ver los procesos de paz con un arco temporal más grande, mientras que como ya dijimos, EE. UU. suele ser transaccional.
—¿Hay alguna otra propuesta?
–Sí, la de China. También ha sido cambiada varias veces. Turquía ha sido partidaria de una diplomacia más pragmática, orientada a resultados. El corredor del grano garantizó que Ucrania pudiera exportar sus productos agrícolas y logró el intercambio de prisioneros. Pero el juego de Erdogan es mucho más complejo y contradictorio, e incluye lo que pudiera ser una coordinación con Rusia en África.
Por otra parte, la diplomacia vaticana se mueve con una propuesta que está justo en el medio entre el idealismo francés y el pragmatismo turco. Italia, en tanto, pudiera impulsar una mejor propuesta a lo interno de Europa.
—Para cerrar, ¿qué reflexión final ofrece a los lectores de la revista SIC?
—Tuve la oportunidad de conocer a la Venezuela de los años 90. Un país con mucha gente joven, con grandes proyectos. Hoy sabemos cuáles son las condiciones generales. Y como dije anteriormente, la desigualdad social y la pobreza son los primeros enemigos de cada proceso.
Por Ernesto Porras/Este artículo fue publicado originalmente en la revista SIC del Centro Gumilla
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