Por Andrés Caldera Pietri
“Venezuela será lo que nosotros queramos que sea”, fue la idea central en el discurso que Rafael Caldera pronunció a los veintidós años de edad, como antiguo alumno, en el acto de premiaciones del Colegio, realizado en diciembre de 1938. La formación de líderes que egresaran con la disposición de cambiar la realidad social del país, fue siempre uno de los objetivos de la formación del Colegio San Ignacio y, con ella, la del aprendizaje del trabajo en equipo, para tener conciencia de que los cambios sociales no se pueden lograr en solitario. El mismo Rafael Caldera, quien estuvo entre los fundadores del Colegio, refiere el tema en un artículo que escribió a la muerte de uno de sus más queridos maestros, Manuel Aguirre Elorriaga, s.j., fundador de SIC, de la cual estamos celebrando 85 años de existencia este año:
Surgió entonces nuestra amistad, hecha a base de los duros mandobles que el maestrillo vasco daba al orgullo del estudiante provinciano para que se diera cuenta de la importancia de sacrificar la gloriola de los puntos altos y de las menciones honoríficas por la amistad y solidaridad de los compañeros de clase1.
La formación ignaciana, como la de muchos otros institutos católicos, se ha centrado en la preparación de ciudadanos de bien, gente honrada, padres y madres de familia responsables, trabajadoras, conscientes de sus deberes ante la sociedad. Pero, particularmente en nuestro caso, el énfasis ha estado en la formación del carácter: la forja de cristianos comprometidos con el servicio al prójimo, preparados para enfrentar la dura lucha de la vida con disciplina y austeridad, “a trabajar sin descanso, a combatir sin miedo a que me hieran… sin cejar en el ánimo y ardor”. Ese concepto de vida cristiana, dedicada en el combate diario al propio egoísmo, logró con el tiempo su mejor expresión en la frase “en todo amar y servir”.
El Colegio San Ignacio destacó también por la formación de líderes para nuestra sociedad, en todos los órdenes, incluyendo el político. El Colegio nunca fue una burbuja de privilegiados, ajeno a la realidad social del país. Por el contrario, siempre ha tenido presente la importancia de contribuir a cambiar esa realidad, subrayando la inmensa desigualdad existente y colocando sobre el tapete el tema del combate a la miseria y a la falta de oportunidades en la que vive una gran parte de la población. Por ello, siempre ha hecho valer la máxima de que “la economía debe estar al servicio del hombre y de todos los hombres”.
Recuerdo con nitidez los debates producidos en la “Semana Social” que organizaba anualmente el Centro de Estudiantes del Colegio, sobre la realidad de la vida y la angustiosa condición de muchos venezolanos. En esas semanas, se analizaba y se discutía crudamente la situación social. Por otra parte, en la actividad de las organizaciones para-escolares, como el mismo CESI, el CEL, la Banda, o los cursillos de Ocumare, además de propiciar el trabajo en equipo y crear la disciplina necesaria para alcanzar objetivos en común, nunca estuvo ausente la conciencia de compromiso con nuestro país.
Vivimos un momento en el que las series televisivas, producidas en distintos lugares del mundo, transmiten a nuestros jóvenes una imagen de los políticos como gente sin escrúpulos, corrompidos, peores en su condición humana que los narcotraficantes o los miembros de cualquier mafia criminal. Para los que quieran servir honestamente, esta desfiguración de la política no puede sino hacerlos desistir.
Comprendo y respeto la decisión de muchos de los egresados de hoy de querer buscar un futuro más allá de nuestro país, aunque no está de más recordarles que no tenemos un país de repuesto, que Venezuela será siempre su país, como nos lo dice reiteradamente Ramón Guillermo Aveledo. Pero, para los que se quedan, y siguen aquí en la brega diaria, tienen en la política una vía indispensable para la transformación de la difícil realidad que vivimos.
Arístides Calvani, el gran canciller, egresado ignaciano, me dijo una vez que para actuar en política con vocación de servicio había que tener una fe profunda en los valores superiores del espíritu. El sentido de trascendencia, de ofrecer la propia capacidad, honestidad y talento para cambiar la realidad del país, alimentado por una fe cierta e inconmovible, es lo que le da la fortaleza al político con raíces cristianas para persistir en la dura lucha de la vida política.
Este año, cuando se cumplen 100 años del Colegio San Ignacio de Caracas, queremos recordar que esa tarea de formación de líderes, que ha sido parte de su esencia desde que abrió sus puertas, supone estimular a jóvenes con vocación política a adentrarse en este difícil terreno. Sabemos que se siguen haciendo esfuerzos para el estudio de nuestra historia y de nuestra realidad social, pero nos atrevemos a sugerir que sea complementado con el estudio de la Doctrina Social de la Iglesia. Monseñor Ovidio Pérez Morales –siempre al día por su vocación de gran comunicador– ha hecho el esfuerzo de preparar un curso básico en videos cortos, para explicar de una manera sencilla los principios que proclama esta Doctrina Social. En el Colegio deben sobrar los especialistas que puedan y sepan acercarla al conocimiento de los nuevos ignacianos.
La Doctrina Social de la Iglesia es fundamental en la formación de un político de inspiración cristiana. Son ellos los llamados a ser “sal de la tierra y luz del mundo”.
Notas:
Disponible en línea: https://rafaelcaldera.com/1969-padre-manuel-aguirre/
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