Francisco: la cruz nos hace hermanos

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Cristo crucificado
Referencial

Es viernes de cruz, de muerte, de llanto, de luto y de silencio sepulcral. Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios, es crucificado. Tomó sobre sí la cruz de madera, instrumento final de su asesinato, que luego se convertiría en el símbolo de los cristianos en todo el mundo. Cargándola por el camino al Gólgota también llevaba todos nuestros pecados. Y aún sigue: muriendo y resucitando para salvarnos de la muerte sin sentido.

Para Francisco «de la cruz brota el perdón, renace la fraternidad: la cruz nos hace hermanos”. Un mensaje que en medio de este mundo plagado de cruces violentas y deshumanizantes se hace difícil aceptar y comprender.

El Papa amplía el significado de esta expresión. Reflexiona, e invita a contemplar esta imagen, que en el Calvario tuvo lugar el gran duelo entre Dios que vino a salvarnos y el hombre que quiere salvarse a si mismo. Los brazos de Jesús, abiertos en la cruz, dice, marcan un punto de inflexión, porque Dios no señala con el dedo a nadie, sino que abraza a todos. Porque sólo el amor deja lugar al otro. Sólo el amor es el camino para la plena comunión entre nosotros.

Y nosotros, entre nuestra capacidad limitada para entender, continuamos siendo toscos, duros de corazón para entender y comprometernos.

Por eso, el Pontífice, el puente entre Dios y nosotros, prosigue.

“Sálvate a ti mismo. Lo dicen primero «los que pasaban» (v. 29). Era gente común, que había escuchado hablar a Jesús y lo habían visto hacer prodigios. Ahora le dicen: «Sálvate a ti mismo bajando de la cruz». No tenían compasión, sino ganas de milagros, de verlo bajar de la cruz. Quizás también nosotros preferiríamos a veces un dios espectacular más que compasivo, un dios potente a los ojos del mundo, que se impone con la fuerza y desbarata a quien nos odia. Pero esto no es de Dios, es nuestro yo. Cuántas veces queremos un dios a nuestra medida, más que llegar nosotros a la medida de Dios; un dios como nosotros, más que llegar a ser nosotros como Él. Pero así, en vez de la adoración a Dios preferimos el culto al yo. Es un culto que crece y se alimenta con la indiferencia hacia el otro”. 

Francisco, el también jesuita, agrega:

“Sálvate a ti mismo” también quiere representar la actitud de los jefes de los sacerdotes y los escribas, de aquellos que habían condenado a Jesús porque representaba un peligro. Pero en esto todos somos especialistas en colgar en la cruz a los demás con tal de salvarnos a nosotros mismos.

“Conocían a Jesús, recordaban sus curaciones y las liberaciones que había realizado, y relacionan todo esto con malicia: insinúan que salvar, socorrer a los demás no conduce a ningún bien; Él, que se había entregado tanto por los demás, se está perdiendo a sí mismo. La acusación es sarcástica y se reviste de términos religiosos, usando dos veces el verbo salvar. Pero el ‘evangelio’ del sálvate a ti mismo no es el Evangelio de la salvación. Es el evangelio apócrifo más falso, que carga las cruces sobre los demás. El Evangelio verdadero, en cambio, carga con las cruces de los otros”.

Cambiar la atención de sí mismo al otro

“Sálvate a ti mismo” también representa, según el Papa Francisco, el clima de hostilidad contra Él, que se verifica incluso en los crucificados que estaban junto a Jesús. ¡Qué fácil es criticar, hablar en contra, ver el mal en los demás y no en uno mismo, hasta llegar a descargar las culpas sobre los más débiles y marginados!

“Sólo buscan a Jesús para resolver sus problemas. Pero Dios no viene tanto a liberarnos de los problemas, que siempre vuelven a presentarse, sino para salvarnos del verdadero problema, que es la falta de amor. Esta es la causa profunda de nuestros males personales, sociales, internacionales, ambientales. Pensar sólo en sí mismo es el padre de todos los males. Pero uno de los ladrones observa a Jesús y ve en Él el amor humilde. Y obtiene el cielo haciendo una sola cosa: cambiando la atención de sí mismo a Jesús, de sí mismo a quien estaba a su lado”.

Y culmina con el comentario a esta cita del Evangelio, el verdadero, el real:

«Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,35).

Lo que a los ojos de los hombres es una pérdida, para nosotros es la salvación. Aprendamos del Señor, que nos ha salvado despojándose de sí mismo (cf. Flp 2,7), haciéndose otro: de Dios hombre, de espíritu carne, de rey siervo. También a nosotros nos invita a ‘hacernos otros’, a ir al encuentro de los demás. Cuanto más unidos estemos al Señor Jesús, seremos más abiertos y universales, porque nos sentiremos responsables de los demás. Y el otro será el camino para salvarse a sí mismo: cada semejante, cada ser humano, cualquiera sea su historia o su religión. Comenzando por los pobres, por los más parecidos a Cristo”.

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