La Guerra de Independencia “acabó” en la Batalla de San Félix en 1817. Luego “acabó” en Boyacá en 1819. Luego “acabó” en Carabobo en 1821. La Batalla Naval del Lago en 1823 son los estertores de un moribundo que sólo fue rematado por compasión. Esto es fácil decirlo anacrónicamente hoy. Lo cierto del caso es que en esa guerra, como todas las guerras, la compasión se ausenta y los trastornos sociales no permiten a los actores del momento ver la realidad con claridad.
Bolívar se marchó al Sur para someter el Virreinato del Perú. Sabía que Lima era el bastión monárquico de mayor poderío. Nunca imaginó que en Venezuela pudiera haber una reacción luego del apabullante triunfo en Carabobo el 24 de junio de 1821. Y la hubo: Francisco Tomás Morales, último Capitán General, salió del encierro en Puerto Cabello al que estaba sometido, y se lanzó a conquistar el Occidente venezolano estableciendo una “cabeza de playa” en Maracaibo en el año 1822.
¿Qué tan peligrosa fue ésta inesperada maniobra ofensiva para el incipiente gobierno de la Gran Colombia en Bogotá? Las alarmas se prendieron. Y se organizó un plan de alto vuelo estratégico para someter a la fortaleza zuliana. El Lago de Maracaibo era un escenario natural intimidante y estratégicamente situado en el Caribe occidental equidistante de Bogotá y Caracas. Además, ya se sabía que desde los apostaderos de Puerto Rico y Cuba había planes de reconquista sobre la Costa Firme.
La orden dada desde las filas republicanas fue inapelable: reconquistar al Zulia por tierra y mar. Los documentos de la época nos indican que había seis rutas de invasión. La primera era por la “boca de la Laguna o su Barra”; la segunda era por la Península de la Guajira y Sinamaica; la tercera también era por la Guajira aunque esta vez utilizando el “Río del Limón”; la cuarta por la “Villa de Perijá”, atravesando la “Serranía del Tigre”; quinto por los “Ríos Catatumbo y Zulia”, que desembocan por las cercanías del poblado de Gibraltar al Sur del Lago; y el sexto y último: era un asalto por los Puertos de Altagracia, viniendo por la Costa de Coro.
Los artífices de la Campaña de Occidente del año 1823 fueron el General Manuel Manrique, venezolano, designado como Comandante general e Intendente del Departamento del Zulia y el General José Padilla, neogranadino oriundo de Río Hacha, Comandante general de la escuadra colombiana de operaciones sobre el Zulia. Hay algo curioso que apuntan los profesores de la Universidad del Zulia: Agustín Millares Carlo y Carlos Sánchez Díaz en su esencial: “Documentación Realista sobre la Batalla Naval del Lago de Maracaibo” del año 1973, acerca de la enemistad entre ambos jefes defensores de la causa de la Gran Colombia. Lo cual a su vez coincide con una idéntica falta de empatía entre Morales y Laborde dentro del bando español.
La Batalla Naval del Lago de Maracaibo del 24 de julio de 1823 fue una victoria estratégica superior. Porque fue la reconquista militar del Zulia por mar y tierra en unas condiciones extremas e inéditas. Es bueno recordar que el Lago de Maracaibo representó para los zulianos una auténtica Línea Maginot natural inexpugnable que le preservó de la destrucción que causó la Guerra de Independencia desde sus inicios en el año 1811.
Además, se hizo venciendo un reto técnico casi imposible en ese entonces: lograr incursionar con una flota de guerra en el Saco de Maracaibo cuyos fuertes vientos, mareas cambiantes y fondos muy bajos y traicioneros eran la perdición para los barcos de guerra de gran tonelaje.
Entrar por la Barra y sortear las baterías del Castillo de San Carlos era considerado como una misión imposible y hasta suicida. De hecho Ángel Laborde, experimentado marinero, tuvo que dejar en la ensenada de los Taques en la Península de Paraguaná, una fragata, la “Constitución”, y una corbeta de nombre: “Ceres”, que hubiesen bastado, por su poder de fuego, para ganar la batalla.
Todo esto explica el por qué Laborde luego de ponerle fin al Bloqueo de los republicanos sobre Puerto Cabello el 1 de mayo no logró meter en el Lago de Maracaibo a su propia escuadra de guerra traída y reforzada desde La Habana. Laborde terminó comandando los barcos que Morales logró atrapar dentro del Lago y por lo tanto se trataba de unos marineros y soldados desconocidos para él.
En cambio el mulato Padilla, con una audacia temeraria, forzó el paso muy estrecho de la Barra, perdiendo al bergantín “Gran Bolívar” que fue varado, desmantelado e incendiado en Zapara. Padilla, luego de ésta hazaña náutica, que podemos considerarla como el hecho decisivo de la Gran Estrategia de los independentistas por recuperar Maracaibo, se instaló en las adyacencias de El Tablazo y los Puertos de Altagracia esperando las mejores condiciones para atacar.
Esto sucedió el 8 de mayo y el encuentro decisivo entre las dos escuadras tuvo que esperar casi tres meses. ¿Por qué Morales no reforzó con mayor artillería el canal de la Barra y sus adyacencias? ¿Por qué no mandó atacar con su propia flota a los barcos de Padilla sin necesidad de esperar a Laborde? Jamás tendremos una respuesta clara y satisfactoria. Nos atrevemos adelantar que Morales era como los gatos: le huía al agua.
Cuando Laborde llegó a Maracaibo, el 14 de julio, procuró concertar con Morales una contraofensiva por mar y tierra pero Morales no le secundó ya sea por la falta crónica de dinero y pertrechos militares y también por una enemistad entre ambos jefes. Morales le exigió a Laborde emprender de inmediato la refriega naval mientras que Laborde sabía que era una derrota cantada. “En vista de esto me decidí a dar la acción, sin embargo del triste convencimiento de un funesto resultado que me ofrecía la comparación de las fuerzas que tenía disponibles con las del enemigo”. Y más luego agrega: “Marineros diestros, artillería bien pertrechada y acopio de efectos navales era lo que le faltaba a la escuadrilla y nada de esto podía proporcionarme aquel jefe”.
Todo esto explica lo muy modesto de ambas escuadras. Las embarcaciones con mayor poder de fuego eran los bergantines y goletas. Y cada escuadra presentó a tres bergantines por lado. Rafael María Baralt, uno de nuestros historiadores clásicos, ofrece los siguientes números: 12 goletas, 3 bergantines, 16 buques menores, 67 piezas, 925 infantes de marina y 497 marineros para los realistas. Y 7 goletas, 3 bergantines, 85 piezas y 872 hombres y “una fuerza sutil respetable” con 15 piezas y 327 hombres para los de Padilla.
La mayoría de las embarcaciones que lucharon en la Batalla Naval del Lago de Maracaibo eran de un tonelaje muy ligero y se les conoció como “Fuerza Sutil”: flecheras, bongos, faluchos y demás. Idóneas para las travesías en ríos y lagos y que se utilizaban básicamente para el transporte lacustre de personas y mercaderías. Y hasta para llevar el correo.
La victoria de Padilla en el Lago de Maracaibo supuso la rendición de Morales el 3 de agosto y su marcha hasta La Habana dónde recriminó públicamente contra Laborde acusándole de negligencia y como el principal responsable del descalabro que puso punto final al dominio hispánico en la Costa Firme.
La hazaña del Almirante Padilla es un hito de alta estrategia militar naval. Ya que contó con una logística condicionada por la precariedad de los medios y la adversidad dentro del terreno de la lucha que compensó con un arrojo admirable. Padilla está al lado de los comandantes esenciales que hicieron posible el triunfo definitivo de las fuerzas independentistas dentro de una muy trágica guerra.
Ángel Rafael Lombardi Boscán es Historiador, Profesor de la Universidad del Zulia. Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ. Premio Nacional de Historia. @LOMBARDIBOSCAN
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