En las memorias que Joseba Lazcano escribió en Ocumare de la Costa (Venezuela) el día en que cumplía 85 años y que tituló “Confieso que he sido feliz”, comienza definiéndose como un “muchacho bueno”.
Si bien pretendía referirse a las primeras etapas de su vida, es evidente que siempre fue un muchacho bueno, desbordante de juventud a pesar de los años, jovial, sencillo, muy servicial capaz de subrayar siempre las bondades de las personas más que sus sombras o defectos.
Él creyó siempre que su carácter bondadoso fue fruto de la socialización primera de su extraordinaria familia, y de la socialización secundaria de las Escuelas Apostólicas donde estudió, Durango y Javier, el castillo donde nació el apóstol jesuita, Francisco Javier.
Joseba siempre agradeció y celebró la reciedumbre cariñosa de sus padres campesinos, que, siendo prácticamente iletrados, derrochaban una gran sabiduría de la vida y profunda calidad humana.
De grande quería ser jesuita
Si bien confiesa que cuando, siendo niño, le preguntaron qué quería ser de grande, contestó que jesuita, es evidente que su vocación se fue fraguando en las Escuelas Apostólicas.
A los 19 años ingresó en el Noviciado de Loyola con gran entusiasmo y alegría, actitudes que mantendría a lo largo de toda su vida… Y después del mes de Ejercicios Espirituales, solicitó ser enviado a Venezuela.
Por aquellos años, la Viceprovincia de Venezuela se alimentaba de vocaciones jesuitas de España, especialmente de la Provincia de Loyola. Los enviaban siendo muy jóvenes, todavía novicios, para favorecer y fomentar su proceso de venezolanización.
En este sentido, Joseba recuerda que, estando en el noviciado, los visitó un día el P. viceprovincial Jenaro Aguirre y les pidió que para profundizar su opción por Venezuela empezaran a sustituir las c y z por la s.
Continuó sus estudios en Colombia, donde sufrió profundamente de una profunda “soledad afectiva”, acrecentada por la sonrisa que le dirigió una bella joven bogotana, que le llevó a dudar de su vocación. Afortunadamente, los sabios consejos de sus superiores y su pronto regreso a Venezuela le libraron del frío físico y existencial en el filosofado colombiano.
De regreso a Venezuela fue enviado al colegio Gonzaga de Maracaibo, donde vivió algunos de los mejores años de su vida. Allí fue fraguando su opción social, estudió a fondo los documentos sociales de la Iglesia y participó activamente en el CEAS (Centro de Estudios y Acción Social) y en la facilitación de los Cursillos de Capacitación Social del Padre Manuel Aguirre.
Joseba no duda en afirmar que estos hechos contribuyeron a que los jóvenes socialcristianos derrotaran por primera vez a los comunistas en la Universidad y que Maracaibo y el Zulia se convirtieran en un fuerte bastión del socialcristianismo.
Sus maracuhas
Partió a estudiar teología en Roma y hasta allí le llegó el chisme de las palabras de un viejo jesuita: “Más vale que Joseba se ha ido lejos porque, si no, pronto lo veríamos empatado con alguna de sus maracuchas”.
Según sus propias palabras, las maracuchas reforzaron su vocación no porque no le atrajeran “tan simpáticas y cálidas ellas”, sino porque le asomaron a la entrega, la servicialidad y amor a la justicia de la mujer venezolana y le alimentaron su pasión por Venezuela y su amor y admiración a su gente.
Teología en Roma
Estudió teología en Roma, a donde llegó al día siguiente de la inauguración del Concilio Vaticano II. Asistió con creciente interés y preocupación a las pugnas conciliares entre los que buscaban que la Iglesia se abriera más al mundo y los que la querían encerrada en sí misma.
El escuchar al Papa Bueno, Juan XXIII, que dijo que las pugnas internas no le quitaban el sueño pues sabía bien que la Iglesia era guiada por el Espíritu Santo, le sembró una gran tranquilidad.
Terminados sus estudios de teología, estudió Sociología en la Universidad de Deusto, en Bilbao, estudios que profundizarían en la necesidad de una iglesia más comprometida con las necesidades de una profunda transformación social y opción por los pobres.
A su regreso a Venezuela, fue miembro fundador del Centro Gumilla, que, siguiendo las directrices de los obispos en Medellín, y de la naciente teología de la liberación, se comprometía por una profunda transformación política y social de Venezuela.
Joseba confiesa con gran humildad que, a pesar de su importante bagaje cultural, en los largos años que permaneció en el Centro Gumilla, su aporte fundamental fue de apoyo a la producción intelectual del grupo, como jefe de redacción de la revista SIC y como diseñador gráfico y editor de dicha revista y de los folletos que publicaban.
Fe y Alegría: su mejor regalo
Estando en el Gumilla, el entonces Provincial, P. Arturo Sosa, le dijo mientras bajaban las escaleras de la casa:
«Como decían ustedes en sus tiempos, he pensado delante de Dios que tienes que dejar el Gumilla y pasar a ayudar a Orbegozo. Fe y Alegría se está haciendo muy grande y Chuchín necesita la ayuda de un asistente de confianza».
Joseba confiesa que este fue el mejor regalo que recibió en su vida. Se inició en un trabajo semejante al que realizaba en el Gumilla y editó el libro “De la chispa al incendio. La historia y las historias de Fe y Alegría”.
El conocimiento profundo de Fe y Alegría y el palpar la entrega y generosidad con que muchos vivían y viven su vocación de servicio, “verdaderos héroes de la resistencia”, fue alimentando su amor cada vez mayor a Fe y Alegría que se convirtió en pasión.
A los siete años, Orbegozo le pidió que fuera a Quito a encargarse de la dirección de Fe y Alegría en Ecuador. Joseba se resistió pensando que no tenía experiencia como gestor y que desconocía por completo la realidad de Fe y Alegría en Ecuador.
Sin embargo, a los 70 años, partió al Ecuador, tras exigir que sus superiores pusieran bien claro que iba en calidad de préstamo por tres años. Esos tres años se alargaron a siete y Joseba fue una ficha muy importante para establecer el convenio de Fe y Alegría Ecuador en tiempos del presidente Rafael Correa. Correa había vendido de niño los boletos de la rifa de Fe y Alegría y conocía y admiraba su trabajo. Los ecuatorianos llegaron a apreciar profundamente a Joseba y siempre han agradecido su labor y su aporte.
De regreso a Venezuela
A su regreso a Venezuela, el entonces P. Provincial, Arturo Peraza, le propuso que se dedicara a trabajar la identidad y espiritualidad de Fe y Alegría, como sostén esencial para llevar a cabo su misión.
Hombre siempre fiel y dócil, aceptó el reto y mientras facilitaba esta dimensión y producía una serie de folletos y libros para facilitar la tarea, se dedicó también a organizar el archivo y ordenar los numerosos escritos, muchos de ellos, a mano, del Padre Vélaz.
Pasión en cuerpo y alma
Joseba termina su escrito contando su apostolado dominical en Las Mayas donde, al contacto con la gente sencilla, y aprendiendo de ellos, ha ido cultivando y robusteciendo su espiritualidad hasta el punto que puede subrayar que su vida entera ha sido muy feliz.
Habría que añadir, pues escribió sus memorias en el 2019, que Joseba se entregó en sus últimos años en cuerpo y alma y con su pasión acostumbrada, a introducir la causa de beatificación de Abraham y Patricia. Seguro que junto a ellos en el cielo y acompañados de Vélaz y los numerosos bienaventurados de Fe y Alegría celebrarán pronto este gran acontecimiento.
Antonio Pérez Esclarín es educador y Doctor en filosofía. @pesclarin
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