El 30 de mayo es el Día de las Patricias, ocasión para rendir homenaje, reconocimiento y agradecimiento a las mujeres que han sido ejemplo de generosidad, amor y fraternidad en el proceso de apoyar la labor que se viene desarrollando en Fe y Alegría, tal como lo hizo en vida María Patricia García de Reyes, mujer sencilla que, junto con su esposo Abraham Reyes, donaron la mitad de su casa para el nacimiento de la primera escuela de Fe y Alegría.
En Venezuela, podemos asegurar que hoy siguen habiendo muchas Patricias en Fe y Alegría: maestras que perseveran a pesar de tantas dificultades, madres que cooperan con las escuelas, madres que se vuelven comadres, como Patricia, y convierten en ahijados a tanto niño y niña cuyos padres se han ido a trabajar a otros países-ante la falta de horizontes en el nuestro.
Hace 66 años, cuando en Venezuela estaba en plena dictadura militar con el general Marcos Pérez Giménez como gobernante, el padre José María Vélaz SJ recorría zonas populares de Caracas, con alumnos de la entonces recién creada Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), de los jesuitas. Ya es conocido el relato que nos recuerda el nacimiento de Fe y Alegría: unos vecinos que les preocupaban muchas cosas, pero sobre todo que sus hijos no tuvieran escuela; la búsqueda de un local por parte del Padre Vélaz y la generosidad de un albañil, Abraham Reyes, que se le acercó y led dijo que cedía un piso de su casa para que abriera la escuela. Voluntarios, estudiantes de la UCAB apoyando, vecinos llevando cajones y sillitas… Todo ese esfuerzo y entusiasmo en el piso de la casa a medio construir de Abraham…
Lo que se recuerda poco es que a Abraham le apoyaba su esposa Patricia. Mujer de origen sencillo, huérfana de madre, que se había casado muy joven con Abraham, que no sabía leer ni escribir, pero como diría su esposo, “era una santa mujer, era muy religiosa y muy buena. Esa mujer fue una bendición para mí”. Esa casita, primer hogar de Fe y Alegría en un cerro de Caracas, ya tenía 7 años de esfuerzo de la pareja Reyes: Abraham pegaba bloques, y Patricia traía en su cabeza baldes con agua desde 2 kilómetros de distancia… Esa primera escuela nació ya con 7 años de trabajo, de Patricia también.
Para 1955, ya la familia Reyes era grande, eran 6 ya y uno que venía en camino, Francisco, que nacería en abril de ese año. Sin embargo, ello no fue obstáculo para que Patricia cooperara con las maestras voluntarias. Niños abajo, con la escuela, y niños y niñas arriba, con sus hijos. En esa labor de cooperación, Patricia aprendió a leer y a escribir. Fue también su escuela. Es conmovedor. Y entonces ella, a los hijos que vinieron después, 13 en total, les enseñó a leer también. O sea, madre/maestra, como esas maestras temporales, emergentes, que hoy en Venezuela, ante la renuncia de muchos docentes – por los bajos, bajísimos salarios- asumen tareas extras en nuestros centros educativos… La historia se repite con 65 años de distancia.
Antes de seguir, me voy a corregir, escribí 13 hijos, 7 niñas y 6 niños, pero en realidad fueron 15, porque amamantó a dos vecinitas cuya madre se había enfermado. Eso nos lo contó Nancy, la hija número 6, cuando conversé. ”Tuvimos dos hermanas de leche”, así le dicen… Recupero ese dato porque la generosidad de María Patricia, su nombre completo, no tenía límites. ¿No creen ustedes?
Patricia también se adelantó a su época, y a sus hijos varones les enseñó a cocinar y a lavar su ropa, tal vez no lo hizo conscientemente por aquello de descuadricular los roles de ellas y ellos, pero en la práctica les enseñó que los hombres también podían cocinar y lavar ropa, que no era exclusivo de las mujeres.
Comentan sus hijas que su madre tenía muy buen sentido del humor, reía con frecuencia y echaba mucha broma. Claro, tantos años entre tanta risa de sus hijos… y los alumnos de Fe y Alegría arrullando a los pequeños… Pero también sabía escuchar y aconsejar, me comentan algunas de sus hijas. “Uno llegaba, ya de adulta, con algún problema en la familia, y ella escuchaba y siempre tenía un consejo”.
Nunca se arrepintió de ese regalo que le hicieron al Padre Vélaz, y que hoy recogemos como herencia. Ella, al igual que Abraham, se sintió feliz de poder ayudar al nacimiento de algo que era bueno para todos en el barrio: una escuela. “Uno recibe más cuando da, cuando entrega su vida, que cuando piensa en instalarse”, diría alguna vez Abraham. Pues esa felicidad de su esposo, también era de ella.
Joseba Lazcano, SJ, (2013) nos dice que en gran medida Fe y Alegría es obra de anónimos, y lo dice precisamente cuando se refiere a Patricia. “Patricia salió del anonimato por las palabras de su esposo”, dice el padre Lazcano, y a nosotros nos corresponde tenerla presente como ese manantial profundo de agua dulce que sabemos que corre, pero no siempre lo vemos.
Hablando desde Venezuela, podemos asegurar que hoy siguen habiendo muchas Patricias en Fe y Alegría: maestras que perseveran a pesar de tantas dificultades, madres que cooperan con las escuelas, madres que se vuelven comadres, como Patricia, y convierten en ahijados a tanto niño y niña cuyos padres se han ido a trabajar a otros países-ante la falta de horizontes en el nuestro.
Desde el cielo, junto a Vélaz y Abraham, Patricia debe estar sonriendo, viendo su herencia multiplicarse, en miles de rostros de niños con el corazón y de Patricias apoyando la defensa del derecho a tener presente y futuro a través de la educación.
Luisa Pernalete