El silencio del Viernes Santo

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Foto: Shutterstock

Todo se cubre de silencio la tarde del Viernes Santo. Luto, tristeza, expectativa, dolor, lágrimas…

La Iglesia católica nos recuerda la pasión y muerte de Jesucristo. En este día, según la historia, fue crucificado en una gran cruz de madera porque no era suficiente verlo caminar y caer con ella a cuestas y una corona de espinas penetrando la pie de su cabeza.

El Viernes Santo es un día de silencio, de oración y reflexión para acompañarlo espiritualmente. Es el único día del año en el que no hay celebración eucarística. Es el segundo momento del Triduo Pascual que culmina con la resurrección del señor el domingo.

Durante la mañana, recordamos su Pasión con un viacrucis en memoria de ese camino hasta el monte Calvario. Luego, por la tarde, se adora la cruz donde murió con reflexión de las 7 últimas palabras que pronunció y se acompaña a la Virgen María en su dolor.

Por el espíritu de recogimiento y silencio, es el día que la Iglesia recomienda el ayuno y la abstinencia para preparar el espíritu a la llegada de la Pascua.

Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestros pecados,
así como nosotros perdonamos a quien nos ofende,
no nos dejes caer en la tentación
y líbranos del mal,
Amén.

Las 7 palabras del Viernes Santo

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”
Lc 23, 24

Yo te aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso”
Lc 23, 43

“Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre”
Jn, 19, 26-27

“¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”
Mt 27, 46; Mc 15, 34

Tengo sed”
Jn 19, 28

“Todo está cumplido”
Jn 19, 30

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
Jn 19, 30

Salmo 22

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste? ¡Las palabras que lanzo no me salvan!
Mi Dios, de día llamo y no me atiendes, de noche, mas no encuentro mi reposo.
Tú, sin embargo, estás en el Santuario, de allí sube hasta ti la alabanza de Israel.
En ti nuestros padres esperaron, esperaban y tú los liberabas.
A ti clamaban y quedaban libres, su espera puesta en ti no fue fallida.
Mas yo soy un gusano y ya no un hombre, los hombres de mí tienen vergüenza y el pueblo me desprecia.
Todos los que me ven, de mí se burlan, hacen muecas y mueven la cabeza:
“¡Confía en el Señor, pues que lo libre, que lo salve si le tiene aprecio!”
Me has sacado del vientre de mi madre, me has confiado a sus pechos maternales.
Me entregaron a ti apenas nacido; tú eres mi Dios desde el seno materno.
No te alejes de mí, que la angustia está cerca, y no hay nadie que pueda ayudarme.
Me rodean novillos numerosos y me cercan los toros de Basán.
Amenazándome abren sus hocicos como leones que desgarran y rugen.
Yo soy como el arroyo que se escurre; todos mis huesos se han descoyuntado; mi corazón se ha vuelto como cera, dentro mis entrañas se derriten.
Mi garganta está seca como teja, y al paladar mi lengua está pegada: ya están para echarme a la sepultura.
Como perros de presa me rodean, me acorrala una banda de malvados. Han lastimado mis manos y mis pies.
Con tanto mirarme y observarme pudieron contar todos mis huesos.
Reparten entre sí mis vestiduras y mi túnica la tiran a la suerte.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos; ¡fuerza mía, corre a socorrerme!
Libra tú de la espada mi alma, de las garras del can salva mi vida.
Sálvame de la boca del león, y de los cuernos del toro lo poco que soy.
Yo hablaré de tu Nombre a mis hermanos,

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