¿Acaso no resulta absurdo y cínico proponer la alegría en esta Venezuela destruida por completo donde a las mayorías les resulta cada día más cuesta arriba sobrevivir? ¿Cómo proponerles la alegría a los millones que se fueron del país huyendo de la miseria y ahora no pueden regresar; a las madres que no tienen que darles de comer a los hijos; a los que deben enfrentar la pandemia sin comida, luz, gasolina, agua o medicinas? ¿Alegría ante el espectáculo de unos políticos incapaces de ponerse de acuerdo para enfrentar juntos el caos que vivimos? ¿Alegría ante el espectáculo de una corrupción que ha destruido las fibras morales del corazón de la República?
Henry Bergson decía que “la alegría anuncia que la vida ha triunfado, que ha ganado terreno, que ha conseguido una victoria: toda gran alegría tiene un acento triunfal”, y el novelista español Benjamín Jarnés, afirma que “el júbilo verdadero solo se adquiere a costa de un dolor vencido”.
Por ello, estoy proponiendo una alegría combativa que, a pesar de los problemas, no renuncia a gestar una Venezuela reconciliada y próspera para todos. Por ello, es una alegría tenaz, combativa, perseverante e inteligente. Decía Ghandi: “La alegría está en la lucha, en el esfuerzo, en el sufrimiento que supone la lucha y no en la victoria misma”. Por ello, cuando propongo la alegría estoy invitando a un esfuerzo inteligente, a una actitud que no se resigna ni se rinde. Alegría que se sustenta en los muchos actos de heroísmo, y de generosidad que no suelen ser publicitados. Hablo de heroísmo no en términos figurados sino estrictos: Maestros y maestras que siguen trabajando con creatividad y tenacidad en pleno confinamiento, a pesar de recibir sueldos miserables; personas que comparten la escasa comida y montan ollas solidarias; médicos y enfermeras que están en la primera línea de batalla para frenar la propagación de la pandemia; transportistas que hacen días de colas para surtirse de gasolina y así llevar los alimentos a los mercados. Políticos honestos que siguen dando la pelea sin rendirse, a pesar de ser maltratados, ofendidos, criticados, calumniados…. Y hablo también de generosidad: personas solidarias y empresas que, a pesar de que la situación económica es incierta, siguen a poyando los esfuerzos de los que no se resignan y siguen dando la pelea.
La verdadera alegría, que no viene de afuera, de las cosas, sino que mana de adentro cuando se ha aprendido a vivir en la verdad y en el servicio, es siempre subversiva de este mundo inhumano y excluyente. Es una alegría siempre esperanzada, más fuerte que los cansancios y las aparentes derrotas. Esta alegría, que brota de la compasión y el compromiso, se convierte en fuerza para combatir todo lo que ocasiona sufrimiento. En palabras de Eduardo Galeano:
“Nosotros tenemos la alegría de nuestras alegrías y también la alegría de nuestros dolores, porque no nos interesa la vida indolora, que la civilización del consumo vende en los supermercados. Y estamos orgullosos del precio de tanto dolor, que con tanto amor pagamos. Nosotros tenemos la alegría de nuestros errores, tropezones que muestran la pasión de andar y amor por el camino. Y tenemos la alegría de nuestras derrotas, porque la lucha por la justicia y la belleza valen la pena también cuando se pierden. Y sobre todo tenemos la alegría de nuestras esperanzas. En plena moda del desencanto, seguimos creyendo en los poderes del abrazo humano”.