En el escenario internacional se ha venido demandando, desde distintos rincones del planeta, la necesidad de orientar la geopolítica mundial y el multilateralismo hacia lo multipolar y pluricéntrico, en contraste con la unipolaridad y el protagonismo del norte desarrollado con su enorme influencia en el marco de las relaciones internacionales. Países como Rusia, China, Irán, Cuba, entre otros, han venido sosteniendo esa tesis que ha ganado espacios en todos los continentes últimamente.

El problema es que hay una concentración excesiva en posicionar el tema de la democratización de las relaciones internacionales para favorecer ambientes de mayor equilibrio global, lo cual es altamente necesario vistos los abusos y ventajismos que han ocurrido a lo largo de la historia; pero hacia lo interno de los países que mayormente lo promueven, el centralismo del poder muestra una realidad contradictoria. La ausencia de pluralismo político y la búsqueda de la consolidación de regímenes de partido único contrasta y anula moralmente esas demandas globales.

Si hay algo esencial que debe caracterizar a los sistemas políticos democráticos es la promoción del pluralismo político en su seno. Que diversas organizaciones de diferente signo ideológico puedan participar en las decisiones trascendentales de cada país hace que el balance de poder sea más equilibrado y democrático.

Pero, y el ejemplo más emblemático es China, que haya gobiernos que cuestionen abiertamente la unipolaridad y centralismo actual en el multilateralismo global y que en su interior sean autoritarios y excesivamente centralistas es un chiste de muy mal gusto.

Nicaragua, en América central, es otro ejemplo de un gobierno encabezado por Daniel Ortega que llegó al poder gracias al pluralismo político que consagra las elecciones competitivas para todos los factores ideológicos, pero que en los últimos tiempos se ha decantado por sembrar una autocracia que no admite posiciones divergentes de ningún tipo.

Recientemente lo demostró, una vez más, con la confiscación de la UCA (Universidad Centroamericana) regentada por los jesuitas desde hace 63 años y caracterizada por la promoción del debate de ideas, en una muestra típica de semejante disonancia.

En resumidas cuentas, es demasiado importante el debate actual acerca de alcanzar una mayor democratización en las relaciones internacionales. La creación de un nuevo orden mundial ha sido necesario especialmente luego de la denominada Guerra Fría y el cambio en el peso geopolítico y económico de las grandes potencias en las últimas décadas.

Sin embargo, para que ello ocurra como corresponde, se necesita una amplia moral pública de los gobiernos actuales para lograr recomponer ese orden y uno de los elementos esenciales es el pluralismo político.

Si queremos un mundo multipolar, lo más congruente es que tengamos países multipolares en su seno que permitan el libre debate de ideas y visiones ideológicas, que puedan disputarse el poder interno con reglas claras y democráticas. Pero si somos autocracias cerradas en lo político y blandas en lo económico la disonancia es enorme.

Daniel Ortega pide “cacao” en el escenario internacional pero ofrece “hierro y plomo” a quien piense diferente en su país. Usan la “democracia” cuando les conviene, pero para eternizarse en el poder se vuelven auténticos autócratas capaces de argumentar cualquier barbaridad para cerrar el paso a la multipolaridad interna.

El debate democracia versus autocracia también debe ser protagonista en la construcción del nuevo orden mundial. País que no practique la democracia multipolar en su seno no debe tener ningún derecho para exigir cambios sustanciales en las relaciones internacionales.

Piero Trepiccione es politólogo y Coordinador del Centro Gumilla en el estado Lara. @polis360

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