“Nosotros continuaremos, profesor”.
Emmanuel Macron, como otros tantos ciudadanos de Francia y el mundo, utilizó sus redes sociales para publicar mensajes dirigidos a Samuel Paty, el profesor de 47 años que fue asesinado luego de mostrar caricaturas del profeta Mahoma en una clase de educación moral y cívica en la que hablaba sobre la libertad de expresión.
El asesino, un joven checheno de 18 años, gritó “Allahu Akbar” (Dios es el más grande) antes de acabar con la vida de Paty, quien era muy querido por sus alumnos.
Gritó la misma frase que los asesinos que irrumpieron en la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo en 2015 para acabar con la vida de varios de sus miembros.
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Francia vive una ola de violencia islamista desde el caso Charlie Hebdo y los ataques suelen verse incluso contra actores no vinculados a los medios de comunicación o la academia.
Mila O. , de 16 años, hizo unos comentarios despectivos sobre el islam en enero, durante una retransmisión por Instagram. Luego de que un muchacho musulmán la llamara “sucia lesbiana” porque lo rechazó en una invitación a salir, ella respondió que odiaba la religión musulmana.
“¿Están familiarizados con la libertad de expresión? No dudo en decir lo que pienso. El Corán es una religión de odio; sólo hay odio ahí. Eso es lo que pienso. Y yo digo lo que pienso… El islam es una mierda… Para nada soy racista. Uno no puede ser racista contra una religión, así de simple… Digo lo que quiero, digo lo que pienso. Su religión es una mierda”, expresó.
Tras esa publicación, Mila fue obligada a abandonar su centro educativo para ser transferida a otro en secreto.
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El ilustrador argentino Darío Adanti suele decir que la libertad de expresión de un país puede medirse por cuántas revistas satíricas hay en los quioscos.
Su metáfora está dirigida principalmente a países en dictaduras, donde no se tolera el humor. Pero en Francia, el país que siempre santificó la libertad de expresión y el derecho a criticar la religión y las ideologías, los islamistas podrían ser considerados como una mini-dictadura, pues aun cuando hay diversas revistas de corte satírico en circulación, solo Charlie Hebdo se atreve a burlarse del Islam. Posiblemente porque a las otras revistas no les interesa el tema o porque simplemente no se quieren arriesgar porque las consecuencias serían inmediatas y desproporcionadas. Lo saben. Lo sabemos.
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En agosto el semanario Marianne publicó un durísimo editorial en el que se podía leer que los hermanos Kouachi, responsables del atentado a la redacción de Charlie Hebdo, podían cantar “victoria póstuma”.
Para sostener esta afirmación, Marianne hacía la recopilación de diversas hechos ocurridos en los últimos cinco años, entre ellos, el caso de Mila, del cual comentaron: “Silencio en los partidos de izquierdas y las organizaciones feministas y LGBT: cuando los agresores son musulmanes, la consigna es cerrar los ojos y taparse los oídos”.
También hablaron de la reunión del director del medio digital Mediapart con el destacado islamista Tariq Ramadan, desde donde éste acusó a Charlie Hebdo de librar una “guerra contra los musulmanes”; asimismo, hicieron referencia a las desquiciadas palabras de la escritora Virginie Despentes, quien dijo que amó a los terroristas que atacaron a Charlie Hebdo cuando, con armas en mano, gritaban “¡hemos vengado al profeta!”.
Es difícil calcular cuándo se terminará esta violencia desmedida contra la libertad de expresión en Francia. Un pronóstico poco optimista sería afirmar que no será pronto. Quizás nunca.
De hecho, los conmovedores mensajes en Twitter de Macron dedicados de Samuel Paty tienen decenas de respuestas de cuentas anónimas que insultan al presidente de Francia y celebran el asesinato del profesor.
“Nosotros no los atacamos, pero ustedes son los que insultan al Mensajero de Dios. Tenemos que responderles para que sepan que el Mensajero de Dios es una línea roja”, se lee en uno de los mensajes enviados a Macron.
El periodista italiano Giulio Meotti publicó en Gatestone Institute algunas preocupaciones sobre este tema: “Las democracias occidentales han pagado muy caro el derecho a la libertad de expresión, que, si no se ejerce y protege, puede desaparecer de la noche a la mañana”.
“La autocensura preventiva y la retirada estratégica ante la furia islamista son una regresión formidable. Con el espíritu de Charlie en retirada en Francia y la cultura de la cancelación ganando terreno en Estados Unidos, parece que es la libertad de expresión la que está siendo llevada ante los tribunales, en vez de quienes la están matando y sus tontos útiles”, sentencia.
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“La República decapitada: ¿a quién le toca?”.
Así se titula la última portada de la Charlie Hebdo. En ella aparece una viñeta que muestra cabezas cortadas: un bombero, la señora de las cartas, un juez, una enfermera y Emmanuel Macron.
Riss, el director de Charlie Hebdo, acompaña el nuevo número con un editorial devastador en el que escribe: “Las libertades de enseñar, de expresarse, de discutir y de cuestionarnos, palabra tras palabra, construir nuestro lenguaje común, es la base de cualquier democracia. Hoy no cabe duda de que a través de sus víctimas toda la democracia es la que estos asesinos quieren decapitar”.
(*) Artículo publicado originalmente en Hilos de América